viernes, diciembre 31, 2004

El 2005 según el FUNAR

“... y un año más Santo Tomás”

En la “cena” navideña del FUNAR, el club de ardidas decidió seguir un Cosmo-consejo. Cada quien tenía que pensar en sus propósitos e imaginar a las demás en un año. No tengo autorización para dar los resultados de mis funarcitas, pero a mí me fue muy bien, cosa que me deja pensando que mis amigas me adoran y sueñan con un futuro hermoso para mí.
Todas están de acuerdo en que el 2005 será el año de mi titulación (vaya). Me ven lo suficientemente independiente como para seguir viviendo con mis papás, trabajando en el gobierno o en algo relacionado con los medios de comunicación, siempre involucrando el ámbito internacional (¡Auch, nunca digas nunca y ya lo dije!). Sólo una me sigue visualizando soltera (i.e. sin novio, el matrimonio permanece postergado hasta la siguiente década) y las otras con alguien que sea totalmente diferente a mis ex (bastante fácil pues por más que trato de encontrarles parecidos a mis pasados no doy una, y sí, me gusta la diversidad), una incluso le puso otra nacionalidad a mi futuro. Físicamente creen que sufriré un cambio radical, que si el cabello un poco más corto y con mechas más oscuras; que si el color diferente; que si un look y cito textual “fashion-pandrosón onda intelectual” (¿...?); o un “igual, pero más formal”.
En un año pasan muchas cosas, aunque siento que se me acorta la vida y todavía me falta el lanchero del parashute, el futbolista sudadito saliendo del vestidor (¡mmmh!), el intelectual (onda francesilla bo-bo de Saint-Germain o ya de perdida de fiesta bohemia de San Ángel) y el ejecutivo trajeadito que ven funarcitas en mi vida y a quien yo me niego por el momento (a menos que sea el argentino de la XR6 con su matita al aire que quien cambió a la Talancón por la Coronado no me quiso traer ni en reseña). Quién me hubiera augurado al rebelde que está tan de moda y que tanta falta me hace, o al rockstar con quien crecí la quinta parte de mi vida. Por definición el futuro es incierto, a pesar de los propósitos, tarots, caracoles cubanos, oráculos o Walter Mercados que existan en el mercado. Lo que sí es que amiguitas dicen que ninguna de las opciones de la pregunta B (ámbito personal) va a suceder si sigo con este miedo de volver a estar con alguien; yo sólo puedo decir que la palabra miedo se queda corta en comparación con el pavor untado de flojera que me da, por lo que el rubro H quedará relegado hasta finales de año, y eso si le empieza a ir bien.
Me parece que 2005 viene lleno de cambios, muy parecido a 1999, año que marcó mi carácter para darme cuenta de las cosas que realmente me aburren de la vida. Ése también fue un año de transición en el que, entre otras cosas, entré a la universidad y no sé si por buena suerte o por desgracia, salí con un zoológico de personalidades: desde el viva-coyoacán, hasta el nieto de un ex-presidente, algunos hijos de políticos mal avenidos, un cafetalero que odiaba el café y sólo peleaba su herencia, juniorcillos con el futuro comprado y poca actitud, el provinciano que ponía cuernos y uno que otro salvador del género con poca química.
Con esa imagen del pasado y del futuro salí del lugar del 2X1 que nunca nos toca. Con una cajetilla repleta de cigarros después del chantaje, con la promesa rota de antemano de seguirla en el otro lugar, con los diez años menos que me calculó el hermano del papá de mi hermana (“Heaven, I’m in heaven”) y con la sensación de que fue buena idea el habernos puesto a pensar qué nos deseábamos sin decírnoslo directamente y llevar la cuenta de lo que vamos pensando a lo largo del tiempo. A ver cómo vamos mejorando las medidas (y como diría el Recodo: ¡¡¡quihubo chuiquititas!!!)...
Por último sólo me queda agradecerles a todos el haberme alivianado el 2004 y porque sé que cuento con ustedes para los próximos numeritos. Luchen para que sus propósitos se logren, sonrían mucho y sean muy felices que eso viene de adentro...
¡¡Feliz 2005!!

miércoles, diciembre 22, 2004

¿Por qué Ana Lucía cruzó el camino?

La respuesta es un poco obvia: porque la gallina estaba del otro lado. Esa parte de la conclusión de Gallinas y epazotes la tenía medio borrada, el sábado que fue la cena navideña con mis amigos científicos, los testigos presenciales se encargaron de recordármela entre burlas y evocaciones del miedo que le tuve a ese animal el resto del viaje del verano.
Por restricción casi voluntaria, para la cena-desayuno me tocó ser la conductora resignada. Durante las nueve horas que estuvimos en el departamento de la chica independiente de Dupont, sólo tomé dos chelas y un par de cubitas, así que presencié sobria la descomposición de mis amigos bajo los efectos del alcohol.
Esa noche me di cuenta de que empezaba a vivir en carne propia y sin conciencia, el Cuento de Navidad de Dickens, claro, con sus debidas proporciones ya que, entre otras cosas, no me apellido Scrooge, no soy la mera mera de la Bolsa y eso de las finanzas nunca ha sido mi hit (evidencia empírica de por medio). Así como pasé todo junio despotricando de mi cumpleaños, convirtiéndome en mi propia Grinch, en cuanto comenzó la mercadotecnia invernal empecé a sentir una aversión inusitada hacia la Navidad. Por primera vez en la vida no moví un dedo en mi casa para incorporar la escenografía exorbitante que una vez al año a mis padres les hace tanta ilusión. La “presión académica” sirvió como escudo para fomentar mi apatía decorativa.
Como pesadilla, al ritmo de “La Marimorena”, el “Arre borriquito” y la Navidad con los Pitufos que posteriormente sería sustituida por la de las Estrellas, me perseguían los recuerdos de mis afanes infantiles para que ningún rincón de la casa quedara sin cubrir con “algo” navideño. Destellante recuerdo cosido con chaquiras y lentejuelas a algún terciopelo en forma de arbolito, estrellita, campana, osito o santa. Mi primer espíritu de la Navidad.
El segundo espíritu me llevó al presente, al maldito tráfico decembrino de esta ciudad tan infestada de coches que, como en domingo, circulaban toda la semana; muchos sin dirección definida, sólo con la inseguridad de quien no sabe la dirección, está buscando un lugar para estacionarse, o de plano va chacoteando con sus retoñitos sacándoles información para Santa. Como diría Dickens y aplicándome la sentencia de Scrooge: “ningún calor podía templarme, ninguna temperatura invernal podía enfriarme” Y eso también, el clima empeorando mi ar-tri-tis que se extiende de los dedos a las rodillas, pasando por todas las articulaciones que ni X-Ray logra rejuvenecer, la edad me ha ido desmejorando sin piedad (y nada más porque no me queda muy claro que haya afectación reumática en el cerebro, de lo contrario ya tendría respuesta al atrofio de la zona) Y allí voy yo con mis pisaditas de no-quiero-moverme-mucho-porque-me-duele-¡auch!, intentando sobrevivirle al clima, a las nuevas cervezas con tapa “abre-fácil”, al tráfico y a las almas navideñas que aún no logran contagiarme su felicidad de villancicos y centros comerciales.
La costumbre de la cena con los amigos científicos es que las chicas hacen de cocinar y los hombreces llevan las provisiones de alcohol. Desde hace unos años me ha tocado hacer el postre y, como lo único que sé hacer es fondue de chocolate, eso fue lo que llevé. Vislumbré al tercer espíritu de la Navidad cuando me sorprendí preguntándole a la encargada de la botana cómo había hecho el delicioso queso y a punto estuve de escribir la receta del pavo de la cocinera por excelencia, digamos que hasta tomé nota mental de los ingredientes de la ensalada y sólo porque la chica de los ravioles no estaba cerca de mí, que si no también la hubiera asaltado con preguntas, en mi demencia febril traté de identificar los sabores y hasta podría decirle a la amiga de la boda del verano cuál fue su fórmula secreta; en esas estaba cuando una de mis chicas –súper revolucionaria guevarista, compañera de aventuras, creía yo, femenistas- me habló sólo para preguntarme tips para el fondue. ¡Vaya colmo, de villancicos y lentejuelas estoy llegando a las recetas de cocina! ¿Hay dudas del por qué la paranoia a la Navidad? ¿... y a las gallinas?
Hablando con el Turista -defensor magnánimo de la Navidad- tuve que aceptar que sí, que hay cosas malas de la Navidad, pero aquí comparto el sentimiento con muchas otras almas, a diferencia de mi cumpleaños, y al final es una época que queda tablas tendiendo a lo positivo porque también cuenta con temas alegres: es buen pretexto para ver o recuperar el contacto con los amigos desaparecidos; están las posadas (pre y post incluídas); las cedas (concepto similar al credo, nada más que en esta ocasión incluye los conceptos de cena y p#da); es la única temporada del año en la que tanto comida como bebida son ejemplares, con estas reuniones no se puede decir menos. Y así como el arrepentido Scrooge decide al despertar del sueño de los espíritus, yo igual: "viviré sonriendo en el pasado, en el presente y en el porvenir". En fin, después de tanta apología de esta fecha no me queda mas que decirlo, ya qué más da:
¡Feliz Navidad y felices fiestas a todos!
Querido Santa:
Este año me porté muy, muy bien (en serio, tú así como Pedro Infante: “Si te vienen a contar cositas malas de mí, manda a todos a volar y diles que yo no fui”) Me gustaría que de regalo me trajeras una ciudad con más esperanza y menos tráfico, o un mejor sistema de transporte, o que ya se inaugure el segundo piso del Peri, o mejor un coche que vuele =) ; otras articulaciones o un producto más potente que el X-Ray; menos adornos para mi casa (¡urge!) o una casa más grande para que no se vea tan barroco el asunto; un recetario de cocina (¡ah, verdad!, eso fue broma, eso no porfis, de verdad, ¡¡¡FUE BROMA!!!); y a la gallina del pueblo innombrable hecha caldito (ay ándale Santa, no seas gachito). Saludos a Rodolfo y abríguense bien porque últimamente a todos nos está dando gripa, no vaya a ser que por traerme a Brad Pitt te me pongas mal...
Lulú Marina


Pd
Gracias a ya saben quienes por ya saben qué. En particular a la llamada de “estas Navidades” y a los que nunca se pandean para el reven... Santa Roooooock's comin’ to town

domingo, diciembre 19, 2004

A un paso de quemar las naves

Primero me sentía contenta porque el año se estaba acabando. Me encontraba básicamente furiosa con él porque creía que había sido el peor de mi vida y pensaba también que, como si fuera una maldición, en cuanto llegara el 2005, la vida sería color de rosa otra vez. ¿Otra vez?
Cumplí veinticuatro años en medio de una depresión persistente y una confusión existencial absurda por mis ideas de escuincla cuando creía que en cuanto cumpliera esa edad, mi vida perfecta al estilo Flans estaría resuelta, con mi Caribe roja y mis amigas trepadas cantando “corre, corre, corre...” en medio de los súper copetones y el maquillaje eléctrico naranja fosforescente; con la carrera terminada y siendo una reportera intrépida tipo Erika Buenfil en “Amor en Silencio” o de perdida como Sandybell; con mi príncipe azul mezcla de Anthony y Terry de “Candy” o si me iba mal con el remix de Brandon y Dylan de “Beverly Hills 90210”. Llegué a los veinticuatro sin Caribe, sin carrera y sin príncipe azul. Cuando era chiquita no imaginaba una edad más allá de esa, dividía en ciclos importantes mi futuro, cuando cumpliera doce, luego dieciséis, veinte y veinticuatro. Mi existencia había sido muy predecible hasta el pasado junio cuando por primera vez sufrí una crisis de subsistencia y recordaba al profesor -amado por las niñas y detestado por los pocos niños que había en la carrera- diciendo en tono de broma hace casi dos años: “Evita no sólo conquistó a un país a los veintitrés sino que conquistó al mundo y ustedes ni siquiera pueden conquistar a un hombre”.
En medio de mi propia debacle, a mis tres hermanos les dio por emigrar al mismo tiempo; a mí me dio por enfermarme y tener algunos que otros fracasos académicos y “profesionales”; varias personas que quiero mucho sufrieron y muchas cosas que eran sólidas en mi existencia se fueron tumbando poco a poquito. Para colmo de males y de manera radicalmente distinta, perdí a los dos únicos hombres que he amado; tal vez como en plan de diva los sentía muy seguros a los dos y jamás me había planteado la posibilidad de que dejaran de ser míos y no sé si algún día pueda entender y superar la pérdida del primero, este año al menos no lo he logrado. Y lo más triste de todo fue la despedida de ese señor que quisimos mucho y que hasta el día anterior siguió diciendo que se sentía bien.
Mientras más se acercaba el fin de año yo me iba sintiendo como dentro de las descripciones de la luz al final del túnel. Luego un día desperté y la perspectiva negativa de mi causa empezó a transformarse, incluso hasta como mecanismo de defensa. Creo que la mayor parte de 2004 me la pasé deprimida o al borde de la depresión por las cosas que pasaban a mi alrededor; con la gente que quería y veía sufrir y con mis propios traumas; dormía demasiado y ya casi no soñaba.
Se me había olvidado que me gusta ser feliz, que me gusta sonreír y creo que me faltó analizar el contexto de una manera más madura. Con la madurez que tenía cuando era chiquita y lloraba mucho. Llorando se me olvidaba todo y al día siguiente volvía a ser la escuincla boba y feliz que extraño tanto. Cada vez me cuesta más trabajo llorar y me da miedo quedarme así porque puede llegar a afectarme en su antónimo.
Sí, sí, hubo cosas que estuvieron fuera de mi control, pero estoy tratando de aprender a través de ellas aunque sean difíciles; estoy intentando entender cuál es el mensaje y cómo puedo ser mejor a través de ese espejo (seguro es cierto lo que dice la Venegas de que por todo lo malo, algo bueno la vida te da). Hubo también otras cosas que me gané a pulso, pero ya no las estoy analizando con la perspectiva de culpabilidad que tanto me perseguía. De regalo de Navidad quiero la guía del usuario de mí misma, porque a veces ni yo me entiendo, tal vez sea porque soy Géminis y así dicen que somos, que tenemos una personalidad mutante (Ana vs Lucía; Smeagol vs Golum; Melanie Hamilton vs Scarlett O’Hara). Hay ocasiones en las que mi ego rosa se reconforta con su sola presencia y me amo y me considero la mejor compañía, pero hay otras en las que me enojo con mi propio ser.
La vida se pone pesada a ratitos y luego yo poniéndole mala cara, ¡qué combinación! Lo bonito sería lograr un equilibrio que maximizara la función de la felicidad (¡pero qué bonito es lo bonito, lástima que sea pecado!) Por lo pronto este año me hizo ver mi error. Ni los meses ni los años tienen la culpa de las situaciones, si acaso habrá que agradecerles pues suelen traer una enseñanza oculta que sólo depende de cada uno descubrir y adaptar a su propia circunstancia. Al fin y al cabo, el único examen que realmente cuenta es el que cada quien se hace a sí mismo. Y como dice el bombonísimo Sanz: “el mejor homenaje para los que se han ido es seguir viviendo”, entonces qué mejor que hacerlo tratando de entender por qué es que nosotros seguimos aquí. Un buen consejo para 2005 es dejar de leer a Simone de Beauvoir, madre del existencialismo, se cree que el padre fue Sartre por haber sido su pareja, pero eso sólo ella lo supo, ventajas de ser mujer.

sábado, diciembre 18, 2004

El Clan

“Lleve sus ricos, tamales oaxaqueños, calientitos, DELICIOSOS, tamales oaxaqueños...”
Hace poco fue la graduación de uno de mis mejores amigos, de un amigo del Clan. Nos conocemos desde hace más de quince años; con esta banda aprendí los primeros y los mejores albures de mi existencia, hasta la fecha siguen sorprendiéndome porque cada vez que los veo tienen un nuevo repertorio (seguro con esta frase ya vieron qué pude haber dicho mal para alburearme, casi como cuando las palomas de Costa Rica). Las primeras fiestas-fiestas las viví con ellos cuando apenas salíamos del Club de Toby y de Kitty respectivamente. También descubrí los juegos de botella y esas tonterías a su lado.
Nos reímos mucho cuando nos da por aplicar el abuelazo. De cuando en una ocasión el amigo anfitrión llegó a decirme que el graduado quería andar conmigo, a mí no me dejaban tener novio así que mi respuesta fue negativa. Ante esto al anfitrión se le hizo muy fácil pedirme que anduviera con él, ahora me da mucha risa, pero a los once años recuerdo lo indignada que estaba bajo el argumento de que yo no era un objeto que se rolara así como así.
Conozco a muy poca gente que tiene la habilidad de reír y de hacer reír como la tienen mis chicos. Cada vez que salgo con ellos me inyectan energía a través del ron (porque son caribeños hasta los huesos) y por las tonterías que dicen y hacen.
Ahora somos siete (“¡Queremos boda, queremos boda!”) y he de aceptar que me han tenido mucha paciencia pues me siguen considerando parte del Clan sin cumplir con uno de los requisitos fundamentales: las reuniones semanales, pero se nota que sí me quieren porque me lo perdonan, propósito de Año Nuevo, ya sé. Felicidades al KA-LI-MAN (creador junto con el Vic Brother de la foto oficial de este página) y los quiero mucho-mucho amigos.

El Clan Posted by Hello

miércoles, diciembre 15, 2004

Gallinas y epazotes

Mediados de julio. Se trataba del viaje de despedida de mis hermanos pues la ñoñez anda ruda y se me fueron a estudiar sus doctorados, bien acá. De repente a varios de nosotros nos dio por sentirnos mal. Según los nativos y nuestras conciencias era por culpa de los bichos; que si el agua; que si algo que habíamos comido; que si estábamos débiles. Alguna voz misericordiosa se levantó para decirnos que los bichitos de la panza se combaten con té de epazote. El dolor era tal que lo que fuera se agradecía, aunque pareciera un conjuro extraño porque al parecer la tradición es tomarse el té sin olerlo. Las teorías al respecto dicen que si lo hueles, los bichos al reconocer el olor buscaban otro sitio para esconderse (tal vez el brazo, una pierna o el cerebro, no sé) pues ya traen los genes que les avisan que esa planta los mata; otras simplemente se enfocan en hacerle el feo al olor y dicen que por autocompasión es mejor echarse el trago sin olerlo (tipo de hidalgo). La verdad es que yo me sentía tan mal que cualquier teoría me funcionaba y todo lo creía. Así me la pasé durante días desayunando y cenando mi “delicioso” té de epazote pues dentro de mis conocimientos médicos (evidentemente nulos) yo tenía un zoológico en el estómago.
Llevábamos 6 días en la playa -que anteriormente yo recordaba como “virginalmente paradisíaca”- y el plan era permanecer todavía 14 días más para cumplir la meta de los 20. Como muchos de nosotros estábamos auto-recetados con el té de epazote, teníamos que ir al único restaurante que lo proporcionaba. Por azares del destino, ese día me tocó sentarme en la cabecera de la mesa, una mesa como con 8 personas. Ya nos habían traído nuestra jarrita de té y todos esperábamos que se enfriara un poco para dar el hidalgazo al mismo tiempo, ya más que un remedio se había convertido en una costumbre donde todos revisábamos que ninguno lo oliera porque de lo contrario perdía.
Seguramente alguien estaba contando algo interesante, pero mi atención estaba fija en esa gallina. El animal había estado merodeando por el local un buen rato e incluso se había subido a una silla y posteriormente a la mesa de al lado. En un principio me había causado mucha gracia su agilidad y cinismo pues se movía con la mayor de las confianzas sobre la mesa. Dejé de prestarle atención pues ya se había enfriado el té de epazote y era mi turno para tomarlo. Me estaba llevando la taza a la boca cuando miré de reojo y como en una escena de película barata y en cámara lenta, la gallina voló desde la mesa de al lado, aproximadamente a dos metros de distancia de nosotros, y se posó desesperadamente sobre mis hombros. No sólo fue desagradable la sensación de las garritas en mi cuello y mis hombros -porque en la playa por lo general no se estila ir muy vestido- sino que la descarada se dedicó a picotearme la cabeza. El bicho estaba tan afianzado que a pesar de levantarme y tratar de quitármela dándole golpes y gritos, no se iba. Supongo que no pasó más de un minuto en lo que logré aventarla, pero en mi propia desesperación el recuerdo se hizo eterno. Mis cínicos “amigos” no podían reaccionar de la risa que los estaba matando, risa que por cierto se les fue de la cara a mis hermanos en el momento en el que logré deshacerme de la gallina y ésta quedó colocada en mi silla, quedándole de un lado el gringo del pueblo elotero (tendiente a la calabaza y a la berenjena) y del otro el norteño que se hace el sufrido en el asfalto madrileño. Sólo escuché: “¡Ay wey, ahora me está viendo a mí!” Ambos estaban a punto de correr cuando alguien del restaurante los salvó porque se la llevó al local vecino donde pertenecía y no a la cocina donde con mi enojo yo la quería.
Sigo sin saber por qué la gallina decidió atacarme de esa manera, no sé qué fue lo que la hizo odiarme. Tal vez ella también creía que tenía bichos en la panza y quería té de epazote; o le molestó que la estuviera viendo, pero juro que no fui la única, otros confesaron haberla estado observando también; pudo haber sido que le molestó mi color de cabello porque el suyo vaya que estaba feo, de hecho después lo analicé y no es por ardida, pero de verdad se parecía al de la antagonista que me cae tan mal, de hecho ya hemos creado el nuevo color de tinte “rojo-gallina” en honor a ambas; no sé, tal vez le indignó mi perfume porque he de aceptarlo, pocos, pero hay a quienes Anaïs no les causa la emoción que a mí; o en una de esas con todos los pollos que me he comido en la vida, alguno era pariente suyo y lo trató de vengar. Después como para darme ánimos, mis amigos risueños decían que lo que pasaba era que la gallina tenía tendencias lésbicas y se había enamorado de mí y por eso me había “montado”, está bien, eso lo puedo entender, pero que quede claro que a mí eso del sexo zoofílico y violento con piquetones en la cabeza proporcionados por un animal con un color de pelo igual al del otro bicho ese que se hace llamar mujer, no me parece tan sexy.

lunes, diciembre 13, 2004

Maratón Lupe-Reyes

Así es. El maratón ha dado inicio y no sé si debería estar orgullosa, pero ahí la llevo. Lo comencé un día antes pues tenía que festejar mi santo apodo (Lupe); para seguirla sólo me hubiera bastado agitarme tantito y así conectaba la del día anterior, pero estaba tan mal que no podía ni moverme por lo que tuve que seguir el modo tradicional y aproveché la comida familiar para la inauguración oficial de tan importante evento.
Supongo que cada vez será más rudo pues hoy llega el Vic Brother y las cenas navideñas se están dejando venir en desbandada. Tengo un poco de miedo, pero creo que cuento con lo necesario para ser la ganadora del maratón este año, al menos he estado siguiendo todas las reglas de la Convocatoria 2004.
Que gane el mejor y nada con exceso...

sábado, diciembre 11, 2004

El rival más débil

A dos semanas de haber presentado el maldito examen maldito sigo teniendo pesadillas con el Congreso de Viena; con Waltz, Morgenthau, Keohane, Putnam y los otros tipos raros con sus teorías raras sobre la interacción de los Estados; con el artículo 89 de la Constitución y los principios de la Política Exterior; con las consecuencias de la Guerra de Secesión de los vecinos, del “Nuevo Trato” de Roosevelt y de las ocho rondas del GATT; con el Realismo y el Liberalismo en la invasión a Irak; con el conflicto árabe-israelí, los Tratados Sykes-Picot y la endemoniada sociedad grociana que después de cinco años no logro entender. Al menos ya pasó y si yo no paso estoy segura de que ya me puedo declarar competencia oficial para el Maratón Juvenil o de perdida para “El rival más débil”.
Durante toda mi existencia jamás había estudiado tanto como lo hice para el maldito examen maldito. Me da un poco de pena saber que había gente que estaba estudiando desde el verano, yo sólo me quejaba y recopilaba guías hasta que a tres días del examen, el pánico se apoderó de mí y no me quedó más remedio que hacer el encerrón de dos días enteros con pausas de bebé (para comer, dormir e ir al baño). La noche-madrugada previa al examen ya no podíamos, incluso tiré la toalla vilmente bajo el argumento “si durante cinco años hice una carrera mediocre, ¿qué me hace pensar que justo al final termine haciendo un examen brillante?”. Para distraernos decidimos hablar de otras cosas y al final toda mi vida se redujo a teorías de Relaciones Internacionales, desde el análisis del color de mi cabello hasta mi vida amorosa; lo peor es que creo que es una manía que se está incrustando en mí, veo las noticias o me cuentan un chisme y ya todo lo analizo desde alguna perspectiva de esos tipos raros.
¡Me estoy volviendo loca... y ñoña!¡Ayúdame Lulú Marina, por favor!
Formemos parte del club: “Todos odiamos al Instituto de Tortura y Abuso Mental”, mal conocido como ITAM.

Kit de estudio para el suicidio Posted by Hello

jueves, diciembre 09, 2004

Girls & the City - Desesperadamente buscando a Susana

Hace poco alguien me preguntó por qué algunas amigas me llamaban Susana, pues es hora de sacar la historia del clóset. De nuevo, en homenaje a mis chicas locas que de vez en cuando se pierden en la fiesta y a los estrógenos deambulantes que nos hacen incomprensibles en ocasiones, va por nosotras niñas. Porque este amor es azul como el mar: ¡SALUD! Y uno, dos, tres: ¡Ánimo!

Desesperadamente buscando a Susana


Como pretexto de secundaria, cada vez que conocía a alguien que pudiera comprometer la integridad de mi nombre, usaba el de Susana. Acababa de regresar del verano-de-mi-vida. Había pasado un mes en La Habana y otro en Montreal “estudiando”. Después de tener una relación de un año seis meses, a los días de haber regresado del verano-de-mi-vida, hubo diferencias irreconciliables entre nosotros y terminamos. No sé qué sentimiento era peor, el dolor por la pérdida de alguien a quien había amado tanto o la frustración por haberme portado tan bien teniendo tantas tentaciones alrededor para llegar y perder a la inspiración de mi fidelidad. Dentro de mí surgió una mini réplica del odio de Paquita la del Barrio hacia el género masculino y algunas de mis mejores amigas estaban pasando por una etapa similar. No creo que hayamos podido tener un mayor consuelo que el descubrimiento de la fiesta. Muchas de las personas que conozco vivieron esta etapa en la adolescencia, pero nosotras la vivimos a inicios de los 20, y aunque en ocasiones nos llegamos a ver bastante ridículas, no tengo recuerdos de esa etapa que no sean divertidos, incluso puedo decir que disfruté al máximo hasta las depresiones.

Éramos una mezcla región 4½ de femmes fatales, ron, escotes, hombres, risas, antros, bailes exóticos, rosas, besos, llamadas perdidas, llantos, canciones recompuestas y muchos osos. Fue en ese ambiente en el que vivió Susana. No recuerdo si yo me lo puse o así decidió alguna amiga que me llamaría, pero el nombre llegó para quedarse pues me recordaba un poco a la Susanita de Mafalda y eso me hacía pensar que después de detestarla tanto durante mi infancia, no habría manera de llegar a quererla en mi juventud y sería sólo una etapa pasajera.

El desprecio temporal que sentíamos hacia el género del cromosoma Y, nos llevó a no mencionar los nombres de los “ligues”. Así, si salíamos con un chavo que tenía el mismo nombre de otro que conocías, sólo le asignabas un número: “¿ya te habló tres?” o “voy a salir con uno”, después sólo decíamos bis, bis-bis, bis-bis-bis y así porque para colmo, a los padres sin imaginación de nuestra generación les dio por escoger el mismo nombre para sus hijos. Otra forma de identificación era por alguna característica graciosa del individuo en cuestión; por el parecido a otra persona, por lo general de algún programa de televisión cómico; o por alguna situación especial con él que, por supuesto, tuviera tendencia de burla... Y vaya que había varios que hasta se ponían de pechito para ser víctimas de nuestra comedia personal: el muégano, godínez, el frutigum, el espléndido, felipirrín o eljelí, el re´che, chochis, el compartido, amauri, el bisbal, el sombrero, el sombrerero, el pizza-hut, el perris, el vaquerito, en fin.

En aquellos días estábamos fuera de la ciudad. Andrea, Gaby, Paulina y Susana solteras, la leyenda urbana. Las primeras tres ya se habían hartado de tanta fiesta y querían irse a dormir, pero Susana estaba fascinada platicando con el Regio (en relación a la anécdota de la servilleta). Con unas dos o tres copitas de más y con la distracción presente, Susana no significaba mucho para mí y ya no respondía a dicho llamado. Gaby, rescatándome de un posible linchamiento de las demás, al ver que no me movía decidió gritarme, llamándome por mi verdadero alias: “¡Analú, ya vámonos!” Lo correcto hubiera sido reaccionar sin hacer notar que mi nombre verdadero no era Susana, pero el de la servilleta, evidentemente sin tanta fiesta encima, se dio cuenta y me obligó a quedarme ahí hasta explicarle por qué le había mentido y cuál era mi verdadero nombre, si no le daba una respuesta que mínimo lo pusiera de buen humor, no me dejaría ir. Para mi a-li-vio, Gaby se dio cuenta de todo y trató de me-jo-rar-lo: “Es que se llama Susana Lucía, pero nosotras le quitamos el Suscia y nos quedamos con el Analú ¿tú con cuál te quedas?” El de la servilleta no sólo se rió, sino que hasta la fecha continúa riéndose de eso cuando lo recuerda y se ha convertido en un buen amigo de Ana Lucía. Yo lo llamo por su nombre, para mis amigas siempre será el de la servilleta y él ha preferido seguirme llamando Susi (sin la a del final, por favor).

Hace más de un año que Susana se convirtió en parte de mi pasado pues ya sólo mis amigas me llaman así. En ocasiones siento un poco de nostalgia por aquel tiempo y estoy segura de que las demás también la sienten, pero la vida es un teatro en el que, aunque sigamos haciendo tonterías, los escenarios, los personajes y los libretos van cambiando. Nosotras también hemos ido cambiando y no me queda claro si hayamos madurado, lo cierto es que las situaciones nos han hecho personas diferentes y lo importante es poder decir que, usen el nombre que usen, pasan los años y las historias, pero mis chicas siguen aquí. Eso sí, ahora con más capuccino que ron, el FUNAR en total decadencia...

lunes, diciembre 06, 2004

Depilación

Decidí dejar la cera a un lado y usar de estas cremas depilatorias (mi costo de oportunidad me llevó a elegir la inversión de veinte minutos para tener libertad por dos semanas, a cambio de dos horas por cuatro semanas). Una vez aplicada la crema, tienes que esperar diez minutos para retirarla y voilà.
Me encontraba viendo la tele durante el tercer minuto, cuando al torbellino Zelda le pareció un buen momento para irrumpir la privacidad de mi cuarto y sentarse al lado mío. Al principio mi reacción fue enojarme porque el bicho había interrumpido mi sesión, llevándose la mitad de la crema de una pierna.
¡Se había llevado la mitad de la crema de una pierna! Evidentemente el animalito -por razones fisiológicas más que de cualquier otra índole- tiene mucho más recubrimiento que yo. Cuando caí en la cuenta, mi enojo pasó a preocupación porque en lo que me había levantado para reaplicar el producto y desenfadarme, ya había pasado un rato y no me había dado cuenta de que la zonza estaba llena de crema y sólo me veía muy divertida, moviendo la colita.
Inmediatamente traté de limpiarla con un papel, pero ya era demasiado tarde. Zeldi había sido víctima del efecto lampiño y sufría sin dolor su primera depilación... Y nada más porque la perra no es muy brillante, que si no estaría agradeciendo que tengo muchas cosas que hacer y esta vez no escogí la opción cera que duele duele.

jueves, diciembre 02, 2004

Lulú Marina rebelde

Mi tierna infancia nunca se caracterizó por mi tierno carácter. Uno de los recuerdos más vivos que tengo es el de la pelea con los vestidos que terminé ganando a la mala. A esa edad, de las pocas cosas que realmente odiaba era tener que ponerme vestidos y que me peinaran, y así pasaba por la vida diciéndole a todo el mundo cuánto me fastidiaba ir con esa indumentaria.
El punto final a la discusión llegó un sábado familiar. Supongo que no tendría más de seis años e íbamos a ir a una comida, a mi corta edad sabía inferir que mis primos iban a estar allí y a mí me encantaba jugar “quemados”, “las trais” o cualquier otra cosa que involucrara correr y riesgos de estar cerca del suelo, y yo era (¿soy?) gran, gran fan de él. Con el vestido y los zapatos había una alta probabilidad de poca diversión pues impedía muchos movimientos rudos, por la propia vestimenta incómoda como por el clásico: ¡ya se supo, ya se supo, que tus calzones son de Conasupo! o ¡son rosas, son rosas! Ciertamente son actitudes muy tontas cuando la moda actual es enseñar la tanguita, pero en esa época –y aunque fuera mi familia- el respeto a la privacidad de mis calzones era muy importante.
Traté de convencer a mi mamá de que era mejor idea ponerme pantalones. Para colmo no entendía por qué tenía que usar justo el molesto vestidito rosa pastel con cuellito de marinerita lela que venía equipado con los estúpidos zapatitos de jaretita blanca que no podían llevarse mas que con los tines (calcetines cortitos) de encajito que encima de todo picaban. Agoté todos los recursos, incluso le pronostiqué a mi mamá que si iba con esos zapatos seguro me iba a caer y además le restregué en la cara que si eso sucedía, sobre ella caería la responsabilidad. Las mamás no entienden razones, era una reunión familiar y su muñequita tenía que ir vestida como tal. Después de llantos y pataletas (en especial a la hora de recogerme el cabello) salimos, pero yo iba dispuesta a mostrar mi frustración a cuanta persona se me pusiera enfrente. El mundo se tenía que enterar.
Mi chantaje funcionó, cuando llegamos todos me preguntaban por qué había llorado y yo sólo levantaba con la mano una parte del vestido, me llevaba la otra mano hecha puñito a los ojos, volvía a hacer como que iba a llorar y mi mamá tenía que explicar que nada más estaba haciendo mi berrinchito y que tenía que aprender a obedecer.
Fue tal la presión ejercida por mi cara de amargura y mi espléndido aislamiento de los demás niños, que mis tíos tuvieron que interceder por mí pidiéndoles a mis papás que me dejaran ir a jugar con los demás. La mami accedió y yo corrí y corrí hasta que me caí. La predicción se había cumplido, pero no de la forma como yo esperaba. Tengo que aceptar que en el fondo quería demostrarle a mi mamá que yo tenía la razón, aunque no buscaba hacerlo al precio que pagué. No sólo hice que mi equipo perdiera por mi caída y que desde ese momento en adelante empezara a fichar como de chocolate, sino que el dolor fue realmente horrible y la cicatriz llegó para quedarse.
Ese día me la pasé llorando desde que desperté hasta que me dormí, pero jamás volví a tener la obligación de usar vestidos o zapatitos de jaretita. Ahora tampoco uso mucho ni vestidos ni faldas cortas pues la cicatriz golpea un poco mi vanidad y, aunque ya no me suba a los árboles ni juegue policías y ladrones, sigo pensando que son más cómodos los pantalones, hasta para dormir. Hace poco lo comprobé. Tenía que presentar un trabajo y decidí que era buena idea ir por una vez en la vida de faldita a la escuela. Para mi mala suerte, antes de subirme al coche se rompió un tacón. Eso de tratar de mantener el equilibrio con faldita, zapato y medio y la mochila a las 6 y cuarto de la mañana no es nada, nada sexy y en mi cabeza sólo escuchaba: ¡Ese glamour Lupe! Por eso no opuse resistencia y me dejé caer graciosamente aprovechando que nadie me veía y cuando ya estaba repuestita regresé corriendo a ponerme pantalones.
¡Al demonio con las faldas y sí, los niños y los borrachos siempre dicen la verdad!

miércoles, diciembre 01, 2004

30 de noviembre

Hace mucho tiempo que no llovía. Ayer fue como si el cielo se solidarizara y llorara también con nosotros. Por si no nos había quedado claro, decidiste recalcarnos cuánto la habías amado y por eso te fuiste el mismo día y a la misma hora que ella se había ido veintitrés años antes. Como por tener algo de qué hablar, casi toda la noche y el principio de la mañana pasamos asombrándonos de eso, unos más escépticos decían que no había sido a la misma hora, ajustaban los minutos y ya. Otros decían que no te habías ido tú sino que ella había venido por ti en esa fecha para que no la olvidáramos, y varios de nosotros casi ni la conocimos y jamás la vamos a olvidar.
Te fuiste dormido. Seguro estabas soñando algo lindo por la carita que tenías; seguro soñabas que al fin estabas de nuevo con ella; o que podías volver a comer todas las cosas que te quitábamos del camino porque te hacían daño; o que volvías a ser tan fuerte como cuando cargaste un coche de esos que todavía no eran de fibra de vidrio antes de que la mayoría de nosotros naciera.
Nosotros lloramos por ti y porque te vamos a extrañar, el egoísmo natural de estas cosas es así, pero tú ya eres libre otra vez. Yo quiero pensar que hasta en el último instante que estuviste aquí pensaste en los demás antes que en ti y por eso escogiste esa fecha y esa hora para despedirte. Para que nos quedáramos tranquilos y para hacernos saber que ya estás con ella y que vuelves a sonreír como en últimas fechas ya casi no lo hacías porque te dabas cuenta.
El ejemplo que nos dejaste realmente me llena de orgullo y de preocupación porque es muy difícil llegar a ser como tú. Dedicarte y sacrificarte de esa manera por tu familia, desde que eras un niño hasta hace dos días. No era necesario que nos dijeras que nos querías o que nos abrazaras, tus acciones hablaban solitas, lo demostraste una vez más al escoger justo esa fecha. Estoy segura que tanto yo como tus otros nueve nietos y toda la gente que te quiso, siempre vamos a recordar tu sonrisa y te vamos a extrañar mucho.