Hace mucho tiempo que no llovía. Ayer fue como si el cielo se solidarizara y llorara también con nosotros. Por si no nos había quedado claro, decidiste recalcarnos cuánto la habías amado y por eso te fuiste el mismo día y a la misma hora que ella se había ido veintitrés años antes. Como por tener algo de qué hablar, casi toda la noche y el principio de la mañana pasamos asombrándonos de eso, unos más escépticos decían que no había sido a la misma hora, ajustaban los minutos y ya. Otros decían que no te habías ido tú sino que ella había venido por ti en esa fecha para que no la olvidáramos, y varios de nosotros casi ni la conocimos y jamás la vamos a olvidar.
Te fuiste dormido. Seguro estabas soñando algo lindo por la carita que tenías; seguro soñabas que al fin estabas de nuevo con ella; o que podías volver a comer todas las cosas que te quitábamos del camino porque te hacían daño; o que volvías a ser tan fuerte como cuando cargaste un coche de esos que todavía no eran de fibra de vidrio antes de que la mayoría de nosotros naciera.
Nosotros lloramos por ti y porque te vamos a extrañar, el egoísmo natural de estas cosas es así, pero tú ya eres libre otra vez. Yo quiero pensar que hasta en el último instante que estuviste aquí pensaste en los demás antes que en ti y por eso escogiste esa fecha y esa hora para despedirte. Para que nos quedáramos tranquilos y para hacernos saber que ya estás con ella y que vuelves a sonreír como en últimas fechas ya casi no lo hacías porque te dabas cuenta.
El ejemplo que nos dejaste realmente me llena de orgullo y de preocupación porque es muy difícil llegar a ser como tú. Dedicarte y sacrificarte de esa manera por tu familia, desde que eras un niño hasta hace dos días. No era necesario que nos dijeras que nos querías o que nos abrazaras, tus acciones hablaban solitas, lo demostraste una vez más al escoger justo esa fecha. Estoy segura que tanto yo como tus otros nueve nietos y toda la gente que te quiso, siempre vamos a recordar tu sonrisa y te vamos a extrañar mucho.
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