A dos semanas de haber presentado el maldito examen maldito sigo teniendo pesadillas con el Congreso de Viena; con Waltz, Morgenthau, Keohane, Putnam y los otros tipos raros con sus teorías raras sobre la interacción de los Estados; con el artículo 89 de la Constitución y los principios de la Política Exterior; con las consecuencias de la Guerra de Secesión de los vecinos, del “Nuevo Trato” de Roosevelt y de las ocho rondas del GATT; con el Realismo y el Liberalismo en la invasión a Irak; con el conflicto árabe-israelí, los Tratados Sykes-Picot y la endemoniada sociedad grociana que después de cinco años no logro entender. Al menos ya pasó y si yo no paso estoy segura de que ya me puedo declarar competencia oficial para el Maratón Juvenil o de perdida para “El rival más débil”. Durante toda mi existencia jamás había estudiado tanto como lo hice para el maldito examen maldito. Me da un poco de pena saber que había gente que estaba estudiando desde el verano, yo sólo me quejaba y recopilaba guías hasta que a tres días del examen, el pánico se apoderó de mí y no me quedó más remedio que hacer el encerrón de dos días enteros con pausas de bebé (para comer, dormir e ir al baño). La noche-madrugada previa al examen ya no podíamos, incluso tiré la toalla vilmente bajo el argumento “si durante cinco años hice una carrera mediocre, ¿qué me hace pensar que justo al final termine haciendo un examen brillante?”. Para distraernos decidimos hablar de otras cosas y al final toda mi vida se redujo a teorías de Relaciones Internacionales, desde el análisis del color de mi cabello hasta mi vida amorosa; lo peor es que creo que es una manía que se está incrustando en mí, veo las noticias o me cuentan un chisme y ya todo lo analizo desde alguna perspectiva de esos tipos raros.
¡Me estoy volviendo loca... y ñoña!¡Ayúdame Lulú Marina, por favor!
Formemos parte del club: “Todos odiamos al Instituto de Tortura y Abuso Mental”, mal conocido como ITAM.
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