jueves, diciembre 02, 2004

Lulú Marina rebelde

Mi tierna infancia nunca se caracterizó por mi tierno carácter. Uno de los recuerdos más vivos que tengo es el de la pelea con los vestidos que terminé ganando a la mala. A esa edad, de las pocas cosas que realmente odiaba era tener que ponerme vestidos y que me peinaran, y así pasaba por la vida diciéndole a todo el mundo cuánto me fastidiaba ir con esa indumentaria.
El punto final a la discusión llegó un sábado familiar. Supongo que no tendría más de seis años e íbamos a ir a una comida, a mi corta edad sabía inferir que mis primos iban a estar allí y a mí me encantaba jugar “quemados”, “las trais” o cualquier otra cosa que involucrara correr y riesgos de estar cerca del suelo, y yo era (¿soy?) gran, gran fan de él. Con el vestido y los zapatos había una alta probabilidad de poca diversión pues impedía muchos movimientos rudos, por la propia vestimenta incómoda como por el clásico: ¡ya se supo, ya se supo, que tus calzones son de Conasupo! o ¡son rosas, son rosas! Ciertamente son actitudes muy tontas cuando la moda actual es enseñar la tanguita, pero en esa época –y aunque fuera mi familia- el respeto a la privacidad de mis calzones era muy importante.
Traté de convencer a mi mamá de que era mejor idea ponerme pantalones. Para colmo no entendía por qué tenía que usar justo el molesto vestidito rosa pastel con cuellito de marinerita lela que venía equipado con los estúpidos zapatitos de jaretita blanca que no podían llevarse mas que con los tines (calcetines cortitos) de encajito que encima de todo picaban. Agoté todos los recursos, incluso le pronostiqué a mi mamá que si iba con esos zapatos seguro me iba a caer y además le restregué en la cara que si eso sucedía, sobre ella caería la responsabilidad. Las mamás no entienden razones, era una reunión familiar y su muñequita tenía que ir vestida como tal. Después de llantos y pataletas (en especial a la hora de recogerme el cabello) salimos, pero yo iba dispuesta a mostrar mi frustración a cuanta persona se me pusiera enfrente. El mundo se tenía que enterar.
Mi chantaje funcionó, cuando llegamos todos me preguntaban por qué había llorado y yo sólo levantaba con la mano una parte del vestido, me llevaba la otra mano hecha puñito a los ojos, volvía a hacer como que iba a llorar y mi mamá tenía que explicar que nada más estaba haciendo mi berrinchito y que tenía que aprender a obedecer.
Fue tal la presión ejercida por mi cara de amargura y mi espléndido aislamiento de los demás niños, que mis tíos tuvieron que interceder por mí pidiéndoles a mis papás que me dejaran ir a jugar con los demás. La mami accedió y yo corrí y corrí hasta que me caí. La predicción se había cumplido, pero no de la forma como yo esperaba. Tengo que aceptar que en el fondo quería demostrarle a mi mamá que yo tenía la razón, aunque no buscaba hacerlo al precio que pagué. No sólo hice que mi equipo perdiera por mi caída y que desde ese momento en adelante empezara a fichar como de chocolate, sino que el dolor fue realmente horrible y la cicatriz llegó para quedarse.
Ese día me la pasé llorando desde que desperté hasta que me dormí, pero jamás volví a tener la obligación de usar vestidos o zapatitos de jaretita. Ahora tampoco uso mucho ni vestidos ni faldas cortas pues la cicatriz golpea un poco mi vanidad y, aunque ya no me suba a los árboles ni juegue policías y ladrones, sigo pensando que son más cómodos los pantalones, hasta para dormir. Hace poco lo comprobé. Tenía que presentar un trabajo y decidí que era buena idea ir por una vez en la vida de faldita a la escuela. Para mi mala suerte, antes de subirme al coche se rompió un tacón. Eso de tratar de mantener el equilibrio con faldita, zapato y medio y la mochila a las 6 y cuarto de la mañana no es nada, nada sexy y en mi cabeza sólo escuchaba: ¡Ese glamour Lupe! Por eso no opuse resistencia y me dejé caer graciosamente aprovechando que nadie me veía y cuando ya estaba repuestita regresé corriendo a ponerme pantalones.
¡Al demonio con las faldas y sí, los niños y los borrachos siempre dicen la verdad!

1 comentario:

Jose Carlos Mendez dijo...

Ahora sí que me hiciste reir, te imagino perfecto, jaja... Ayer no pude ni hablar contigo pero me da mucho gusto que hayas terminado, de verdad felicidades, te deseo lo mejor...