Me releo y no puedo creer el amargue en el que vivía. Hace un año despotricaba contra la Navidad y sus menesteres; me sentía la reencarnación femenina del Grinch y estaba orgullosa; me urgía que se acabara el 2004 porque inocentemente creía que ése había sido el peor-año-de-mi-vida, pero el destino es muy sabio y da cachetadas con guante blanco soba soberbias. Por eso, porque ya no me vuelve a pasar, aquí están mis 25 puntos que reivindican el 2005:
- Aprendí que uno puede ser inmensamente feliz aun con una enfermedad degenerativa e incurable™.
- Obtuve un diploma en Seguridad Nacional (ironías de la vida)
- Pensé estar enamorada, pero era pura necedad: el amor no existe, el amor no existe (etsixe-on-roma-le). Sólo cambié Animale y Minotauro por Jean Paul Gaultier.
- Salí cuarenta segundos en televisión nacional (con llamado y toda la cosa); y no fue para saludar a mis papás o en un reality show, si hasta por un momento me sentí inteligente.
- En menos de seis meses perdí a mis abuelos, a mi tía y a mi perrita, pero gané cuatro estrellitas y el uso legítimo del cerebro para recordarlos a perpetuidad.
- Tres amigos se casaron, algunos más anunciaron sus compromisos e incluso ya hay una nueva generación que está por nacer...
- Me costó trabajo, pero al final entendí que la inutilidad no significa no poder caminar, no poder apretar un botón para cambiar el canal, no poder lavarse los dientes, no ser capaz de moverse... la inutilidad es otra cosa y le agradezco a Dios o a lo que sea que me haya dado la oportunidad que muy poca gente tiene de ser discapacitado y de enfrentarme a un miedo de a de veras, uno de los de futuro y presente, y por primera vez a entender el dolor físico, ése que te prohíbe hasta dormir y te vence al grado de sentir debilidad espiritual y desear no existir. Que me haya hecho conocer la soledad de verdad, no esa que de pronto a uno le da por sentir cuando lo cortan o esas tonterías de desamores; no, la soledad de saber que nadie entiende, que nadie siente y que nadie va a estar para siempre; que las enfermedades de verdad no se pueden compartir más que con uno mismo de por vida. Y después dejarme el silencio con esos sentimientos que terminan poniendo las sonrisas más grandes porque yo con mi soberbia magistral difícilmente hubiera podido agradecer y apreciar tanto sin este reto, porque este año aprendí que la vida no castiga, sólo desafía y mi carrera de obstáculos parece amateur.
- Viajé mucho, mucho y padre, padre.
- Me reconcilié con el tequila al punto del matrimonio, porque con él sí me caso.
- Conocí gente maravillosa: hombres, mujeres y bestias (jeje) que estuvieron un ratito a mi lado o de plano ya se instalaron en mi panorama. Pesqué como las grandes, sin anzuelos, así nomás, con todo y extravagancias (¿strip qué? ¿otro extranjero?) y me rehusé al compromiso también: como las grandes.
- Fui a muchos conciertos, muchos, muchos, padres, padres.
- Perdí las llamadas de madrugada y la obsesión que por más de un año le duró al Turista (y me dolió en el ego saber de la novia y su respuesta "pues porque no te dejaste, pero yo estuve apuntado") Snif, snif, de ardida contesto que aprendí a andar en moto y comprobé que soy fanática del acento colombiano... Y después descubrí que salir con más de cuatro personas a la vez puede llegar a desquiciar al cerebro más cuerdo si no se vive en Marte con días de más de 24 horas y semanas de más de 7 días...
- Fui víctima de los pronósticos de una adivina; pero lo único certero en mi vida es que ya estoy más cerca de los treinta que de los veinte (tssssssss)
- Me sentí rockstar venida a menos: tuve fans y los perdí... ¡¡¡Buaaaa!!!
- Me convertí al yoguismo al borde de creerme el saludo del sol cual Juan de la Barrera con su banderita.
- Me pusieron una dieta con notita mental a la hora que pregunté cuánto tiempo me iba a durar mi privación y es que no, mi reina, tu dieta ya es un estilo de vida, ni pienses que si te sientes mejor... Y yo que siempre me negué, ya hasta le agarré cariño al sushi y me pongo en mi papel con la cara de fuchi cuando paseo por esta ciudad invadida de vacas.
- Sin estarlo buscando porque las terapias me han ofuscado las mañanas, coticé para trabajar como diputada (di pu... ¿qué?), para una empresa de cabildeo, para una revista de quinceañeras y para una empresa de telecomunicaciones. Y yo le agradezco a toda la gente que pensó que mis servicios serían útiles, gracias por tener más fe en Ana Lucía que la propia Lulú Marina.
- Descubrí que tengo muchos angelitos de la guarda, pero jamás uno tan real como la mami porque este año volví a ser bebé, muy a pesar de mis ínfulas de diva.
- Cometí muchos errores, uno de ellos tal vez sea el peor de mis veinticinco veranos, pero agradezco la capacidad de pedir perdón desde el inconsciente y de medio levantarme.
- Soñé con una ciudad de la que me enamoré, y reafirmé el cariño que le tengo al caos en el que vivo...
- Agradecí como nunca la palabra amistad: el segundo pilar de mi vida.
- Comprendí que por mucho que me aferre y que el Aparecido insista en llamarme así, ya no soy una niña, pero me niego a referirme en primera persona como mujer, aunque la edad, las arrugas, el Mitofsky y la vida insistan en apelarme de tal modo.
- Tengo más pecas y más arrugas en la cara. Conclusión: tuve mucho sol y muchas risas.
- Lloré mucho, por mucho fue el año en el que más he llorado, pero también uno de los más felices y al final sonrisa mata carita, carterita y choro...
Gracias a todos por leer mis disertaciones y por haberme acompañado en este año de página rosa; ya sé que faltan dos semanitas pa’l cambio de numerito en el dos mil, pero es que con este frío a uno le da por reflexionar y pues aprovechando, ¿no?