Ana Lucía vs Los Hermanos Rodríguez

El año pasado me tocó adiestramiento motocrossístico, éste fue en carreras; en ambos reprobé y gacho. Él domina, o al menos ante mi ignorancia plena, sus términos y conocimientos se me hacen de premio Nobel, por eso provoqué carcajadas cuando pregunté si Montoya iba a correr. No, él corre en otra categoría, es como el año pasado que me preguntaste si venía Valentino Rossi a los Xfighters (reitero mi analfabetismo). Por eso terminé aceptando que su amigo fuera a las pruebas del sábado y a mí me tocara sólo el domingo.

Quedé descalificada desde los preliminares, realmente ni a pañales llego en esto de las máquinas y me impresiona cómo es que hombrecitos son capaces de fijarse en detalles que yo ni con lupa; tardé 88 vueltas y como 3 horas para medio enterarme de las protecciones que traían los pilotos o de las maravillas que tienen que hacer para que en bandera amarilla las llantas no se enfríen. Aún así la situación era crítica, la cruda realidad de haber dormido tan poquititito después de una fiesta de concierto de Belanova en el Bull (recuérdenme que ya estoy en edad de merecer mesa y de dejar de asistir a estos sitios, y lo que es peor, de que es conveniente dormir antes de que el panorama se instale de luz), nos tenía con las peores ojeras del lugar y los rayos del sol nos hacían el peor mal tercio del mundo. Tanto que traté de esconderme cuando la cámara de Fox Sports se dirigió hacia nuestra área, pero el ataque fue inminente y minutos después recibí el primer mensaje: “Te vi en la tele, estás en la Nascar... Buenas crudas!!” Claro, el lugar en el que estábamos era una maravilla, se había escogido principalmente porque aquél quería tener la curva de los accidentes enfrente y que el humo de aceite quemado nos inundara a cada rato, tan considerado.

El tipo socializaba con los ñores de al lado y hablaban en otro idioma mientras yo trataba de concentrarme al máximo y recibía cuatro horas de cultura automovilística, que si se hace la Nascar en México aunque salga más cara es para que atraiga mercado latino en EUA, que si las llantas tienen que estar completamente lisas y en la F1 las calientan con cosas especiales (no entendí bien) para que arranquen con actitud, que si en la zona de pits más de no sé cuántos segundos y ya valiste, que si la estrategia del choquecito que nunca vi, que si la gasolina no debe entrar a presión, que si la estrategia de no llenar el tanque al principio.

Y no, no es que yo estuviera despistada (des-pista-da, je, je, ay ya, perdón), sino que era demasiada información para mi cerebro de domingo al mediodía bajo el rayo de sol, y más que el choque de Michel Jourdain (¡Dios, qué hombre tan guapo!, si hasta derrite al pavimento, je, je) frente a nosotros, lo que más me molestó fue mi impericia en el atine del ganador y mi cara de tonta cuando no podía creer que el otro estuviera tan tranquilo tomando cervezas a mi lado y sabiendo que su gallo iba a ganar. No estés tan seguro, le pueden chocar. No, no le van a chocar, y verás que por ahí de la vuelta 70 se posiciona y no pierde lugar hasta la meta, en cambio el tuyo no va a pasar de la décima posición. No es cierto, es mexicano, tiene que quedar entre los primeros, aparte va súper bien. Gracias, mi gallísimo Jorge Goeters me quedó mal y yo quedé perdiendo una apuesta, justo como el año pasado, al menos no tuvo que salir de la competencia, como mi gallo de las motos.

El único consuelo que me queda es que, aparte de estarme haciendo fan de la adrenalina del ruido extremo y de haberme emocionado como niña chiquita ante los choques y la velocidad de estos cuates, ya no hago tantas preguntas humillantes estilo ¿Adrián Fernández también JUEGA en la F1?, ¿por qué ese coche que va hasta adelante y dice Pace Car no tiene número?... Y aún así me sigue diciendo tantas cosas, y aún así sigue así.