jueves, octubre 29, 2009

Any given Saturday night-dididadadá: la nueva temporada

Que cómo es nuestra vida acá, preguntan. Que qué hacemos los fines de semana pues qué increíble ha de ser vivir a dos canciones del reventón tropical; seguro bailamos, tomamos y vivimos la vida loca al más puro estilo springbreakero. Y, lo juro, se requiere de mucho esfuerzo para disfrazar el glamour con madurez, aunque en el fondo todos sabemos que de eso nada, mera laxitud y grincochadas en línea. Si a veces me encantaría hacerles creer que tenemos membresía en el Coco Bongo que ni conozco. Pero no, hoy me pueden más las historias de Fringe, The Mentalist o In Treatment que una barra libre; de Halloween, yo tan ad-hoc.
Entonces es cuando a uno le da por vivir sus propios diálogos de sitcom:
¿Vamos a salir?
¡Ah! Pues no sé, pero sí, si quieres.
¿Como qué te late? ¿Vamos al cine, a cenar o prefieres más como bar…?
Mmmm, pues más bien yo estaba pensando en ir al súper.

martes, octubre 20, 2009

In Lak’ech

A Cancún todavía no le ha dado tiempo de tener fantasmas. Tampoco tiene historia de libro de texto y los piratas del Caribe sólo se asomaron por aquí en forma de cumbia de los '90. Para colmo, sus ruinas mayas padecen lingüísticamente de una involuntaria intención alburera que dificulta su promoción.
Esta ciudad de más de 600,000 almitas tiene, en cambio, Liverpool que se llama así, nada de Fábricas de Francia; un Palacio de Hierro en construcción y centros comerciales como pecas hay en mi cara. Existe también un Costco que se usa en referencia de Catedral y como narración de vida dominical. De hecho no sé dónde está la Catedral de aquí, supongo que será normal para una comunidad que se fundó bajo la premisa de los consejos de los banqueros durante el Desarrollo Estabilizador, y no bajo los esquemas de Consejos de Carlos V y sus secuaces eclesiásticos, pero igual ha de ser porque yo soy bastante bruta y simplemente no sé dónde está.
Sólo una generación. El cancunense de nacimiento no debe tener más de 40 años; no hay adultos de cabecita de algodón y, quien piensa que la sabiduría de las antiguas generaciones está sobrevaluada, seguramente no extraña a sus viejos tanto como yo a mis abuelas y a sus historias del sur de esta provincia selvática. Eso sí, me gusta la selva, tal vez porque la veo de lejos teniéndola de cerquita; quizás por el miedo y el respeto que me genera, como el mar. Me fascinan. Me hipnotizan sus olores que se sienten a kilómetros, y sus ruidos. Aquí hasta la lluvia se oye más fuerte.
El melting pot mexicano. Tabasco, Veracruz, Jalisco, Distrito Federal –por montones como siempre y como en todo-, Yucatán, y más: todos con el Sueño Caribeño™ de hacer fortuna o sobrevivir del turismo. Francia, Italia, Alemania, Estados Unidos y Canadá se enarbolan en español y en In Lak’ech como un ecléctico aloha maya. No hay mejor lugar que la franja de 25 km de rascacielos turísticos para entender el Mercantilismo fallido de Eco II y el Capitalismo de manotazo. Con todo y los sentimientos bipolares de mi humanidad geminiana.
Decía José Arcadio Buendía que uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra; yo aquí vivo a mis abuelas cada vez que miro el mar que ellas veían, y las siento todo el tiempo que escucho la selva que ellas sentían. Y sólo entonces creo que una parte de mí es de una parte de aquí. Y quisiera preguntarles tantas cosas…
¿Cómo hacían ellas hace 60 años para luchar contra estos bichos? ¡Que se acaben las especulaciones! La civilización maya desapareció por hordas de hormigas de las de mi cocina, que un día tuvieron a bien levantar a todos y llevárselos a la de tres; así pasó.
Y entonces me río porque no es cierto, Cancún sí tiene fantasmas.

lunes, octubre 12, 2009

Y tengo sueño...

Dicen que uno debe tener cuidado con lo que sueña; yo siempre soñé con vivir en el mar. Soñaba también con encontrar a mi príncipe azul; así de cursi, como de Disney de los cincuenta y la paz mundial.

Y es que así qué chiste, ya no puedo quejarme; de nada.

Hasta en mi conciencia se oye mal que sufra por ser una analfauneta total y no saber nombrar al zoológico lugareño que salta, camina, repta y vuela a mis lados; con la única angustia de no poder gritar lo que veo y auto ridiculizarme: ¡mira, una ¿rana-lagartija?! ¡cuidado con la ¿avispa-escarabajo?! (Tache a quien diga ranatija o avisparajo). De pena que mi diccionario etnológico sólo albergue bichos globalizados estilo alacranes, cucarachas, hormigas, arañas o moscos (así, sin –itos de amor).

Tampoco puedo refunfuñar del clima que no baja de 24 grados porque eso ni mis articulaciones se lo creen. Hasta me aguanto el sudor que traiciona cualquier expectativa: las orejas también sudan.

Y luego con qué cara le reclamo a la vida que me haya hecho tan dulce (ja) como para atraer a todo el hormiguerío y terminar en espasmos ahuyentadores porque estas tipas no respetan cuerpos ajenos (estoy casada, ¡por Dios!)...

Ah, y eso: estoy casada, y hasta por Dios.

Desde hacía tiempo había renunciado a mi alma de cantina y tal vez por eso sentía que este espacio ya no tenía cabida en mi circunstancia de gente en “seriedad” (jejeje). Pero igual ahora estoy iniciando una nueva etapa y, por primera vez a mis casi ni quiero decir treinta años, me siento adulto de los de verdad, de los que dan flojera y tienen responsabilidades. Tristísimo. Entonces me dieron muchas ganas de recordar por qué me gustaba tanto venir aquí, entre otras cosas, a soñar.

Y lo recordé.
“Blue savannah song.
Somewhere cross the desert
Sometime in the early hour
In a restless world
On the open highways.
My home is where the heart is,
Sweet to surrender to you only
I send my love to you.”
Erasure