jueves, febrero 24, 2005

Sodoma y Gomorra

¿Iré al baño ahorita o me esperaré al break? A ver si cruzando la pierna aguanto un ratito más. No me vuelvo a sentar tan lejos de la puerta. No puede ser, le falta hora y media a la clase y a mí me sobra media botella y casi un capuccino en la vejiga, voy a reventar. Ay, es que cómo habla este señor, ya me perdí y no le entiendo a la letra de compañerita reportera de TvAzteca. Mejor pongo atención que güerito sexy de enfrente ya notó el nerviosismo, o tal vez hoy que sí me arreglé por fin me está notando a mí. Sonrisa discreta. Maldición, esto es muy ridículo, mejor volteo hacia otro lado. Y mi atención de pronto regresó al profesor para volverse a ir en un segundo. Mencionó esas ciudades y mi mente se alejó de seguridad nacional, de voz culta, de baño y de güerito sexy y yo recordé la última vez que los había escuchado, hace poco, entre la lluvia-apago-la-luz-en-toda-la-ciudad de principios de año...
Como siempre que nos volvemos a ver las cinco, llevábamos mucho tiempo sin estar todas. Más del que hubiera querido, pero entre queridos, novios, esposos e hijos –sumando trabajo, escuela, tesis y demás-, la vida se complica. Siempre tratamos de abarcar todos los temas, pero el tiempo es nuestro peor amigo; lo curioso es que de mi artritis degeneramos en el apocalipsis del milenio con el surimi (aportación de La Oreja a través de nuestra corresponsal Ninel Claudia), los calamares gigantes y ya dejen de contar cosas del “día después de mañana” porque luego no dormimos bien como con las películas de terror japonesas. Sí, qué horror. Bueno, siempre ha habido catástrofes. ¡Ajá! Como las de Sodoma y Gomorra. Y la discusión a cinco voces en crescendo porque, a pesar de haber estudiado en escuela de monjas, los estudios bíblicos no fueron nuestro fuerte (y menos tratando de enderezar las hamburguesas-se-le-sale-todo-y-no-me-cabe-en-la-boca-ni-partiéndola-en-ocho), así que no había manera de que las mujercitas recordaran los nombres exactos de las dos ciudades-catástrofe con más rating de la historia. Fuimos degenerándolo porque una vez que una comenzó a decirlo mal, las demás terminamos confundiéndonos y rebautizando: Somoda y Gorrona, Sordona y Gonorr(e)a, Zorrona y Rogona...
Y de rogar. No pasaban más de dos diálogos sin que la ya-ni-modo-ya-me-casé volviera a rogarnos que nosotras no cayéramos en “su error”, que ni lo pensáramos. No, no es como lo pintan. La Sirenita, la Bella Durmiente, Blanca Nieves, ay no m@#&n, eso no existe, lo que sí existe es el fútbol. Claro, y Cenicienta vivió muy feliz con el príncipe porque no tenía que hacer nada más que verse bonita y organizar bailes y no había domingo deportivo, todo, todo se lo hacían y uno tiene que cuidar a los niños y la casa y aish, luego ver el fut, ay no se casen, de verdad.
Mientras la iba escuchando, me puse a pensar en dónde y en qué momento cambiamos de sueños y dejó de existir el ego de “We´re the Best upon the Rest”; de las bes grandes de Boys Before Books But never Before Beers; de ser rudas rudas y escapar de la escuela por las azoteas de los vecinos; de llorar amargamente por Kosovo tomando el suero mientras el “veterinario” curaba el desmayo; de cómo nos comíamos el mundo a finales de la adolescencia. “Dónde está/dónde/dónde/está”. Y tuve que salir con mi frase ñoña de bien-lo-dijo-Borges “Dios mueve al jugador, y éste a la pieza, pero ¿qué Dios detrás de Dios la trama empieza?”. Y les costó, ¿verdad?
Después hemos ido aterrizando y viendo que no es tan fácil. Sé que todas sentimos nostalgia cuando recordamos y sabemos que ya no, que ahora es diferente, hoy cuatro de las cinco fumamos (¡si quieren creer que eso es poco, allá ustedes! yo no se los voy a aplaudir, decía la conciencia del grupo, aunque yo lo he tenido que ir dejando a la mala como todas las cosas malas de mi vida y ni yo creo mis 19 días sobria de nicotina), una está casada con dos niños hermosos, dos ya son licenciadas, dos más todavía cargamos con el estigma del Instituto de Tortura y Abuso Mental (bueno, una sólo está unida en trámites) y aunque me da por taparme los oídos, es inevitable, ya se empiezan a escuchar con mayor frecuencia las palabras escalofriantes de arrendamiento, anillo, uniones de lazo y esos planes que hacen que yo me aferre a pensar que todavía tengo 20, que falta mucho, pero aterrizo y creo que estamos más cerca de eso que del pasado. Todas seguimos soñando, eso no ha cambiado, lo que sí es que ahora nuestros sueños son diferentes, como nuestras vidas que se separaron poco a poco, pero el Prepa Power lo llevamos y lo llevaremos en las venas, igual si no nos acordamos de las ciudades bíblicas o no nos veamos tanto como quisiéramos. Y yo al carajo, no aguanto hasta el break así que le doy el último traguito a este capuccino descafeinado que sabe a grosería y prometo regresar y poner atención, mínimo al güerito hermoso...

Hoy que ando como profética, parece que las invoqué y el cumple de la sis trae reencuentros múltiples, Prepa-Power ahí les voy...

lunes, febrero 21, 2005

A las estatuas de marfil vs nunca retes a la ley de Murphy

Esta semana tomé la decisión más difícil y trascendental que he hecho en toda mi vida. No sé si el camino sea el correcto, nunca había tenido tanto miedo ni me había enfrentado a hacerme completamente responsable de mí. Sé que si no funciona, los costos serán muy altos y con la aversión al riesgo que me ha caracterizado, mi resolución parece incoherente, pero la amenaza inminente me tenía sumergida en una depresión desde hace más de un mes y no podía continuar así. Por lo menos con esta opción puedo mantener la fe y eso me renueva la sonrisa porque me estaba dejando vencer.
Los primeros días busqué la mortificación como medida de desembarco; el miércoles que me diagnosticaron la enfermedad traté de omitirme para preparar el funeral de “mis días con salud” que tendría lugar al día siguiente, nadie estaría invitado, sería una ceremonia íntima. Las exequias consistieron en la renta de varias películas trágicas, absolutamente deprimentes (en la línea “Mi vida sin mí”), un litro de cookies & cream, palomitas extra-mantequilla con limón y valentina, mucha coca-cola, unos kleenex, la cobijita y los camellos que había intentado abandonar como propósito de cuidar mi salud este año, ja-ja-ja.
El objetivo inicial era deprimirme sólo un día y ya, la verdad tampoco es para tanto, deformación de articulaciones, peligro de perder la retina en veinte años, alteraciones secundarias severas, aviso de mínimo un año si se me ocurre llegar a tener hijos (a ver si soy tan ocurrente) y alto riesgo de problemas cardiacos (ahora sí problemas del corazón). Y las frases de los docs me retumban en las noches de pesadilla e insomnio “enfermedad muy agresiva”, “avanzando muy rápido”, “córnea en dos meses”, “irreversible en los huesos de los oídos”, y todas las tragedias que se me vienen encima si esto o lo otro. Sigo diciéndole a la princesita que no es para tanto, que se cayó de la cama, pero uno, dos, tres, ánimo y para arriba sin andar de cojita, sin miedos y sonriendo mi reina... Y la pobre diabla tiene fe porque se repite que no puede ser que se ahogue con sus lagrimitas cuando hay tantos problemas en el mundo, pero que con la esperanza no se metan, ésa me sobrevive, cómo ch/#$@=s no (aparte vivo en su ciudad y nos dirige el rayito, maldición, tantas ganas tengo de creer que ya creo en cualquier cosa).
Trato de ser lo más autosuficiente posible, pero es inútil ocultar que me estoy volviendo inútil y al recibir ayuda, mi autoestima en vez de regocijarse (amo esta palabra), se hace más y más chiquita. No es siempre, pero cuando es, me es imposible vestirme, caminar, tomar los cubiertos, exprimir limón, girar la llave del coche, recibir el cambio y guardarlo en la cartera, taparme en la noche, dormir más de dos horas seguidas, levantarme en la mañana, cambiarle a la tele con el control, escribir, darle vuelta a la página (literal). Ay, pero qué negativa, en el fondo sé que no es tan grave, lo que pasa es que las palabras sí me importan, así como cuando “ay Ana Lucía, no digas p$#&e/@&@s” y mi traducción: me dijo p$#&e/@; justo así es como sentí el crónico, tal vez porque me recuerdan lo de Medu, que entre tanto crónico y terminal que yo iba escuchando como eco, en una semana eterna se me fue en los brazos. Esas dos palabras eran de mis más temidas, de todo el mundo, de todos los tiempos.
No me queda más que acostumbrarme a mi efecto momia: ¡ahahah, mi mano se trabó! Y a destrabar y a destrabar. Estoy aprendiendo a no retar a Murphy al afirmar que el dolor que siento es el mayor que he sentido porque es cuestión de un día para superarme (nunca dejarás de sorprenderme, diría el amo del rugby). Ya me acostumbré a que todos tengan una abuelita o una tía de sesenta años artrítica, el boxito fue de los primeros en decirlo, luego el panamericano jugando con mis sentimientos y su receta según él milagrosísima: para tu enfermedad lo mejor son los huevos. ¿Neta? ¡Claro! No inventes qué h#$/os para estarte destrabando todo el tiempo. Ja-ja-ja. ¿Otro chistorete? Ay, cómo está la abuelita. ¿Ya lista para el Articulatón? ¿Cómo amaneció la reumas? Y yo medio llorando de desesperación porque cuando estás bien -los que tengan oídos para oír- no te das cuenta de la maravilla que es el dedo chiquito del pie izquierdo y hasta te atreves a ningunearlo: “somos un mal producto de la evolución, deberían quitarlo que no sirve para nada”. Y sí sirve. Nadie sabe lo que tiene hasta que se le entume y ni para adelante ni para atrás, a ver camínele.
Lo malo y lo feo como diría López-Dóriga en viernes (felices noches de fiesta). Lo bueno es que me he vuelto una gurú en ungüentos y jugos, con todo el apoyo que he recibido me llega mínimo una receta milagrosa por día. Luego recuerdo algunas reacciones que me han conmovido al punto de la risa nerviosa. Como el turista: ¿¿Cómo es posible?? ¿¿A tus diecisiete?? Y niñito al escuchar mi dramita de que los sueños se me iban despertando, adiós París por el frío, adiós vivir sola porque no puedo ser independiente y necesito que alguien esté cerca de mí, pero no, no estés triste, rentamos departamentos contiguos. O el día que me caí y no podía levantarme y Zeldi se acercó intrigadísima haciéndome reír porque no entiende, pero percibe y puso su patita en mi pierna, mirándome solidariamente sin moverse. O el Vic Brother y sí, ya sé que estás muy deprimida porque casi no chateas. O amiguitas con háblame y llamamos al cerrajero. ¿Para que me levante? No, para que nos abra la puerta y nosotras te ayudemos. O primos, familia y amiguitos. Y todos los detalles que han tenido conmigo y que no sé cómo agradecérselos. Lagrimitas, lagrimitas.
A toda acción... Según mi teoría, a todo llanto corresponde una risa. Hace poco entré en crisis y le tocó a la mami estar a mi lado cuando la histeria psicotatemética se apoderó de mí (onda Scarlett O’Hara y su drama por tener que llevar el luto a los 17): me puse a llorar desconsoladamente porque me había vuelto vieja de pronto, había perdido mi juventud “voy a morir sin haber amado”; porque me dolía no poder planear nada, ni lo que iba a hacer ese día ya que no sabía en qué momento me vendrían los dolores paralizadores; por mil razones más que empecé a soltar como tarabilla y porque ya no iba a poder ir a las olimpiadas. ¿A las olimpiadas?, yo no sabía que tenías ese sueño, ¿en qué deporte querías participar? ¡Pues no sé! En el que fuera, pero ya no voy a poder ir. Y me di cuenta de la cantidad de estupideces que estaba diciendo y entre mis lágrimas de cocodrilo la mire cambiando de tono para dignamente decir: bueno, eso no me importa tanto. Risas, risas.
Es que es cierto, en ocasiones me faltan fuerzas para aceptar que a mis 24 tan odiados y añorados, no sea capaz de moverme, de dejar de llorar de desesperación porque no entiendo mi situación, ni a mi cuerpo y lo vuelvo a ver y vuelvo a llorar como compadeciéndome de alguien más. Ya me harté de pasar tres días de la semana con crisis que no me dejan ni salir de la cama; de vivir gris (no sólo por la contaminación) y negarme a ver que la vida es bonita y que esto no es un CASTIGO sino un RETO. Miro mi línea de la vida y sigue igual de grande, así que si he de vivir siempre con esto, mejor le doy la patadita del apadrinamiento y órale que nos falta un ratote, seguiré caminando con mis miedos y trabajos, pero caminante no hay camino. Ya toqué fondo y no hay más que salir de él. Ni una depresión más por esto. Nada de compadecimientos. ¡Basta uno, basta dos, basta tres!
El doc recomendó hacerle fuchi al frío (¡fuchi, fuchi, frío malo, fuchi!). Yo les digo a los papis -a ver si saco patrocinio- que la receta es playa y como dice el chavo, con muchas botellas de alcohol... para frotarse las articulaciones, obvio. Digo, en lo que nos acostumbro a las dolencias. Luego el panamericano diciendo que como paradoja –para otros parajoda- sigo articulando. No me queda más que recibir estas nuevas con algo que tenía poquitito y que como prueba a superar del juego de la oca, ahora tendré que sacar de la escasez: paciencia chiquita linda, mucha paciencia... Si así era la manera de aprender a tenerla pues ya qué otra. Y el equipo morado de las articulaciones movibles ganará, cómo de que no, así como yo gané hoy jugando a las estatuas de marfil con mi sobrina.

lunes, febrero 14, 2005

La boda 3 – Y tu mamá también

La boda visual aquí

Tiempo récord en escoger vestido. No me encantó, pero era color Lulú Marina (¿otro rosa? diría aussie Vic mientras mi conciencia loca gritaría ¡think pink!) y las vendedoras me cayeron tan bien que confié ciegamente en ellas (sólo me faltó comprarles peinado y uñas, pero a falta de recursos...). La boda era prácticamente de madrugada y durante el trayecto eterno -que como siempre exagero-, niñito me restregó la inminente pérdida de back up, ofreciéndome organizar en unos tres años una comuna hippie-elitista para Will, Grace y Jack. Escogí Grace nomás por la ardidez y espero que para entonces ya pueda tener trabajo, con estos tratamientos no pain – no gain que me piden no hacer planes para los próximos dos años yo no veo claro.
A pesar de todos nuestros pronósticos e ideas macabras, sí se casaron y a la hora de decir “yo -----, te acepto a ti -----” no hubo titubeo ni cambio de nombre estilo Friends. Yo me comporté con una elegancia que ni las mejores, nada de vino en el vestido ni por error. Hasta la felicité implementando la política del guante blanco -tan blanco como la rosa de Martí- y Ana Lucía feliz con su auto-lección de diplomacia “muchas felicidades, te llevas oro, créeme que qué suertuda” y aplausos explosivos “¡vivan los novios!” siempre sonriendo y las risas de la mejor cuñada del casado cuando le conté.
Siempre me he preguntado por qué las telenovelas terminan en la misa cuando lo más divertido es el bailongo. No convencí al casado de que el boleto extra fuera para Sis, pero por simpatías del destino terminé con dos acompañantes. Estábamos con Taniurka y mAmE Larios y en la mesa de al lado la banda del hermano del casado, aunque extrañamos a mis hermanos que no pudieron asistir por el ámbito espacial. Oficialmente los mejores momentos fueron los mariachis y el cielo cubriéndonos de fuegos artificiales (súper naca y cursi he de aceptar que casi lloro, y más cuando se formó el logo de la pareja con sus iniciales unidas y cuando el casado entró todo preocupado a buscarme “es que me dijeron que la descalabrada tenía vestido rojo o rosa y pensé que eras tú”, pues les falló la puntería porque no me pasó nada); o cuando Puma Ibarra fue escogido para representar a la generación Timbiriche y la mejor cuñada y yo haciendo el ridículo como fans histéricas, en mi caso casi groupie, pero ya olvidé.
No hubo necesidad de alcohol, la fiesta tenía actitud y qué bueno porque con mi dieta nacionalista de sólo tequila -que no soporto ni de hidalgo- mejor tráigame un refresquito. Aún así, parecíamos los más borrachos del lugar porque el trío baila de a tres, “I can´t take my eyes off of you” con un hombre en cada brazo onda Marilyn degenerando en “Y tu mamá también” a la hora de “no hay nada más difícil que vivir sin ti”, y el público que no nos entendió muy bien porque no hubo beso, terminó contagiado con nuestra propia risa porque qué risa.
Amigo casado muy contento, tanto que se la pasó hablando desde el aeropuerto para decir que nos quería, mientras la fiesta de los que traían fiesta de la fiesta, se iba extinguiendo en mi sala. Yo espero que también ustedes hayan pasado el día más rosa del año muy felices y les mando besos y muchas felicidades a la amistad y al amor que me está esperando pacientemente. Por lo pronto este catorce batí un récord que ni en mis mejores épocas. ¡Tres citas! Vamos, cuándo hubiera soñado algo así. Imparable desde las 10 de la mañana con el acupunturista, el reumatólogo y por último el homeópata. Olé, súper matadora, súper diva. Si es que ni yo me reconozco...

jueves, febrero 10, 2005

La boda 2 – Regalos y despedidas

¿Y ahora qué le regalamos? Si me hubieran consultado, yo hubiera escogido un regalo sólo para él; pero en fin, tuve que aceptar que ya ni modo, que ahora cuando piense en él, irremediablemente tendré que pensar también en ella y que siempre es mejor idea entre varios hacer un buen regalo a que cada quien vaya comprando de tenedor en tenedor. Ponernos de acuerdo para ver qué LES dábamos resultó una complicación. Proporcionador de helado; vaso oscilado (!); escalera de taburete; gato vela (¿no habrán querido decir vela en forma de gato? discusión telefónica inconclusa de tres horas); refrigerador, lavadora, secadora (no, pásale rápido de sección que esto está muy caro); vajilla blablabla, vajilla patatín-patatán; máquina de coser y de cocer (olla); maletas; manteles; escurridor; bote de basura de $649, otro bote de $999 (¡pues qué basura tan fina!); platería: ceniceros, platones, candelabros; sábanas, toallas; mini-componente... Interminable.
No entendía para qué demonios habrían pedido las maletas si nunca se les ha visto afición por el turisteo, le pregunté al mechudo y su respuesta me hizo convencerme de que era el mejor regalo: imagínate que un día le digan “agarras tus cosas y te me largas”, al menos que sepa que puede empacar en terreno amigable. ¡Sencillamente genial! Mi opción número uno y por mucho. A los demás no los convencía y preferían algo como para mantenerla entretenida y evitarles problemas a los recién casados, o mínimo para cuando nos inviten a su casa tener musiquita (Ajá, sí. "Cielo, mar y tierra" para ir a la boda, ya parece que conoceré su casa). Primero nos ganaron la tele, luego el mini-componente y yo cada vez estaba más decidida a no fomentar la pasión con las sábanas que se posicionaban como mejor opción en los demás. Terminé con una sonrisita satisfactoria, las maletas ganaron; aplausos.
Bien. Primer problema solucionado, ahora ¿qué me pongo? Sí, estaba como el clásico cliché, pero de verdad es que no tenía un vestido para la ocasión. Sólo he ido a dos bodas de día, hace como diez años y gracias a esos vestidos cargué con el apodo de Campanita mucho tiempo, hay quienes me siguen llamando así. Lo recordé y desistí, ya me había dicho que nunca más y no quería que me pasara como con el fleco, nunca me acuerdo por qué no me gusta usarlo hasta que me lo corto y mientras va creciendo sufro diciéndome “no vuelvo a hacerme fleco”. Segunda opción: cajón de los recuerdos y asaltemos los vestidos coquetones que usaba la mami. Un intento, dos y me cansé de tratar de rellenar huecos por un lado y de deprimirme por el otro al no poder creer que alguien en su sano juicio haya tenido 53 de cintura, ¡qué estaba pensando esa mujer a mi edad! Mejor vámonos de compras. ¡Papi...!
Despedidas, despedidas. Cuando supe que era requerida a la despedida de solterO, mi reacción ni-creas-que-voy-a-salir-de-un-pastel-en-desvestidito-exótico-para-bailarles, se vio opacada por unas risas y un no mensa, no te preocupes. No me preocupé pues ya en varias ocasiones amigos me han dicho que estoy prácticamente en actitud testosterona, cosa que no debería estar publicando así como así, pero me causan gracia con sus afanes por convertirme en unO más desde que tengo (¿tengo?) conciencia. La despedida terminó siendo una fiesta y para mi alivio no fui la única mujer. Hasta la Sis fue después de saber que la ahora esposa (¡Mufasa!) no había sido requerida (y nuestra risa maligna al enterarnos mientras revolvíamos los sapos y las alimañas en el puchero como brujitas, je-je-je, que se coma esta manzana, que se la coma, ñaca, ñaca, ñaca).
No salí de un pastel con desvestidito exótico, pero a altas horas de la fiesta, con la presión del despedido y bajo el ritmo de “you can leave your hat on”, se me hizo muy lógico hacer el ridículo. Con mi torpeza por la artri, las únicas prendas que me pude quitar fueron los guantes con la boca y el cinturón que la mejor cuñada del casado (una de mis mejores amigas, por cierto) sostenía como tubo pirata mientras yo iba perdiendo al poco público que tenía. Terminé el espectáculo con una cubita que alguien por lástima me acercó y diciéndole al casado que prometía organizarle una gran despedida con profesionales para su siguiente boda, ¡ah, verdad! Era broma, ni aguantas nada, mejor hay que ensayar la escena de cuando “se me caiga” estratégicamente la copa de vino en tu boda. Qué genio, ni aguantas nada, ¡ay, ya cásate... Salud!
Los invitados coherentes se fueron despidiendo después de la carne asada del medio tiempo y antes de que nos amaneciera en el jardín. Cuando sólo quedábamos su hermano, el casado, el mechudo y yo, nos retiramos a la sala hasta que terminamos arrullando al primero. Fue así que después de terribles accidentes -como el tinto en la alfombra blanca, la corbata rebelde y ya no me acuerdo-, que mejor salimos a desayunar al mercado de Coyoacán. ¡A los tres se nos hacían tan lógicas las cosas a las once de la mañana y más después de catorce horas de fiesta! Bajo la protección de la tesitura de Frank Sinatra, íbamos en el Smart digiriendo las quecas a bachazos y háblale a la Cuchis para que nos acompañe al Starbucks (qué original lugar para terminar la fiesta, diría Cobi). No le hablamos porque a alguien (creo que extrañamente a mí) le entró la cordura, pero el café no lo perdonamos y mientras nos estacionábamos, la misma persona que nos movió la banqueta para que el coche la golpeara, al ratito nos ponchó la llanta. A buscar vulcanicera. Se dice vulcanizadora, ja, ja, ja y creo que con tanta fiesta me comprometí a acompañarlos a un lugar para que me den clases hoy, pero no me queda muy claro así que mejor me hago tonta a ver si se les olvida. Changuitos, changuitos...

lunes, febrero 07, 2005

La boda 1 – Las nominaciones

Mi back up. Fue mi primer “novio”, pero en realidad era mi primer amigo oficial ya que a los trece era quien me daba la mano en el cine y me hablaba por teléfono para discutir sobre Beverly Hills (ni modo, ya lo quemé Horrible), y aparte tenía dieciséis ¡wow! “Anduvimos” de principios de marzo (día de la Noche Colonial de su prepa, el CUM) al nombramiento de Zedillo como candidato del PRI después del asesinato de Colosio: menos de dos meses.
Un día amanecí harta de que me hablara diario y que todos lo días quisiera verme y que me regalara dulces y cartitas y peluches y flores y que fuera tan lindo, por lo que en una de mis mejores actuaciones como actriz infantil, una tarde junté a mis amigas como apoyo para el cortón y todas aportaron para el monólogo: iban pasando papelitos que yo leía en voz alta por el teléfono mientras hablaba con él (era el drama del momento y para ya no escuchar mis quejas entre biología y matemáticas, se habían solidarizado con mi causa). Creo que un argumento fue que no me latía que jugara fútbol, cosa que el pobre ni hacía. Después de eso, durante una semana estuvo yendo a la salida de mi escuela para que habláramos, yo nunca aparecía porque amigas espías siempre me advertían, tampoco le contestaba el teléfono y hasta hoy no sé ni por qué.
Pasaron los años y nos veíamos ocasionalmente porque era amigo del Vic Brother. Definitivamente ya me había superado, andaba con una y con otra y con otra y con otra y yo también empecé a hacer mi vida, comparativamente mucho más modesta (dos novios más, pero ya no de chocolate). Por azares del destino nos convertimos en muy buenos cuates, al fin y al cabo fue el primero que escogí como tal. Fuimos tan buenos amigos que nos llegamos a considerar los mejores hasta que le prohibieron tener amigAs y él lo aceptó. Antes de cumplir los 21 y 18 respectivamente, habíamos pactado que si en una década ninguno se había casado, no nos quedaría más remedio que casarnos (nomás pa’ que no dijeran que éramos unos solterones... Súper L). Claro que el trato se firmó entre tequilas –el siglo en el que todavía podíamos soportarlo- y en la Boom (sí, se necesita valor para aceptarlo, yo conocí ese lugar). De mi caso aún no sabemos, pero evidentemente él no se quedó solterón pues ya se casó ante la ley del hombre y ante la de Dios lo perdemos el sábado. Por lo que sé, tuvo que mover cielo, mar y tierra para que yo pudiera ir a la boda... ¡Gracias totales y una mi$%#a!
Cada quien hace su vida y decide lo que cree que es mejor. Yo decidí ir soltera (que no solterona) al casamiento, a ver si como ex-backup ahora sí me cumple el trato que hizo hace cuatro meses, la noche que estuvimos horas tratando de recuperar una amistad que quisiera pensar que no, pero tristemente creo que se quedó en pretérito como con el cariño empolvado. Prometió que si iba al bodorrio, él se encargaría de conseguirme un hombre rico, siempre y cuando yo me conservara (ja-ja-ja) sabrosa (haciendo alusión a la frase que se encuentra en el margen superior de esta página). Protocolo, protocolo.
Él sabe que le deseo lo mejor. Y ni yo lo creo (vamos, santidad segura): ni una palabra negativa de ella a pesar de que no quiso que la Sis fuera porque temía que entre las dos le llenáramos su vestido de tinto o le bajáramos al marido en el altar. Ya nos imagino en la moto súber rebels entrando en la iglesia para secuestrarlo; o de plano no sé si se piensa que en la parte incómoda de las bodas “¿alguien tiene una objeción?”, salgamos del confesionario con una pistola y gritemos que tenemos un hijo ilegítimo de él. Como si realmente. Bueno, tenemos que ser honestas y aceptar que el día en que nos hizo el desaire lo pensamos. Incluso hay un plan malévolo, pero yo soy re-maricona y seguro voy a terminar hasta felicitándola y recriminándome después, así soy, ya ni modo... Sabia y dignamente dice hermana, “obvio no quería que fuera porque la voy a opacar”. Y yo apoyo eso de que "no me odies por ser bonita, ódiame porque tu MARIDO lo piensa", je, je ,je. ¡Amo actitud de amiguitas!

viernes, febrero 04, 2005

Martín, Belinda y el jueves

Ahí estoy yo, tratándole de ocultar al mundo –y en especial al operativo alcoholímetro- las cinco cubas que traigo encima. Me doy cuenta de que pasó algo pues los coches empiezan a frenar, segundos después me encuentro atrapada en un eje vial que degeneró en estacionamiento. No hay vuelta atrás, ni adelante, ni a la derecha, ni a la izquierda, ni para arriba porque todavía no se inaugura el segundo piso. Los policías recorren las hileras de coches varados para avisarnos que hubo un accidente y que por el momento no podemos pasar, que esperemos diez minutos. Siento un escalofrío mientras Ana pelea con Lucía porque ésta quiere asomarse como entre morbo y curiosidad y la primera, que la conoce mejor -y hasta la regaña porque le gusta el Big Brother-, sabe que no es bueno hacerlo porque esas cosas luego no se le olvidan y se va a sentir mal, que sacie su ansiedad con los reflejos de las luces. Mejor súbele a Luis Miguel, esa canción es buena. Los veo merodeando por las máquinas cerradas que les dicen que no y pienso que qué mala onda, que son más de las once y esos chavos sigan trabajando. Tal vez por estarlos viendo, invoco a uno que se acerca a la ventana y desde afuera me pide que baje el vidrio, al principio me da miedo, pero lo miro a los ojos y no sé si porque vengo con fiesta encima me da confianza y termino obedeciendo. Me entrega una rosa que tiene en la mano y me dice que es la última y no cree venderla con ese relajito, pero que mi sonrisa la vale.
No hay mejor mercadotecnia pues me siento mal de que me la regale y le ofrezco pagársela (qué bueno que no te tomaste la última porque en principio, con la sexta siempre pierdes Ana Lucía y aparte quedarías muy mal con este cuate). Con una mirada sincera y la bolsa de resistol que trae encima me dice que es un regalo, que no me la está cobrando y que no acepta. Le ofrezco entonces un cigarro, ése sí lo acepta y hasta me pide otro para el rato, me da risa y mejor le dejo la cajetilla con los pocos camellitos que quedan, a cambio de uno para mí: el del deseo, no sea que me lo vayas a piratear y no, no te digo qué pedí, si lo digo no se cumple. Como el plantón va para largo, se instala a mi lado y me cuenta y nos preguntamos y fumamos. Yo adentro y él afuera, yo con mi abrigo y sin frío, él con el suéter medio temblando. Me atormento. No puede ser que vivamos aquí y así. ¿Cómo llegué a este coche y a esta noche? ¿Cómo pueden existir “¿niños?” de la calle? ¿Qué le pasa a esta sociedad, a esta ciudad, a este país, a este mundo y a mí? ¿Quién me puso aquí adentro, y a él afuera vendiendo flores? ¿Y quién de-mo-nios puso a Belinda?
Buscando otra estación donde no se escuche el “I’m soooooooorry...” -que tanto a él como a mí nos choca- recibo una de las mejores lecciones que la vida me ha dado. La recibo de él que no ha terminado primero de secundaria, aunque sí tiene ganas de acabar algún día, pero mejor ya no planea su vida, sólo la vive. Me habla del accidente que está frente a nosotros y que yo no he querido ver porque no he querido. Me dice que yo debería aprender pues manejo, que él aprende de la calle, como de lo que acaba de pasar porque lo vivió también viéndolo. Y yo le doy toda la razón, porque él existe, a pesar de que por comodidad a veces no lo quiera ver. Me hace reflexionar en cuántas ocasiones he arriesgado mi vida y en cuántas también las de otros, incluyendo la suya, incluyendo hoy.
Me pregunta si YO he tenido un accidente. Niego con la cabeza y se ríe: “ya sabía”. ¿Cómo que ya sabías? Se te ve, se te nota que nunca te ha pasado nada. Creo que mi cara lo vuelve a decir todo: “no te espantes, ya ves, es que eres re-transparente”, se ríe y me empieza a contar. De la indignación de parecer ante un desconocido como aburrida porque “se me nota” y del susto que obedientemente se me quita cuando él lo dice, paso a escuchar su historia. Lo abrazo con los ojos y le digo que no sé qué decirle; se ríe y mientras, enciende el segundo cigarro junto con un “ya te volví a espantar, ¿verdad?”. A lo lejos se oyen las ambulancias y yo le pido con la mirada que deje de contarme esas cosas porque en el fondo me asusta salir de mi bolita de cristal pues soy una miedosa, ni con mil cubas se me quita lo maricona, perdón.
Se empiezan a escuchar los motores arrancar y me despido de los quince minutos que viví con Martín mientras voy avanzando. No quiero ver ESOS coches, no quiero oír ambulancias, no quiero que el olor pase ni pisar los vidrios, pero todo está frente a mí e irremediablemente pienso en EL. Pienso en que era un jueves como hoy. Pienso en esa maldita noche que la selección ganó y yo perdí parte de mi seguridad y ya no quiero pensar más, porque es más cómodo, porque eso sí duele y ya no quiero y yo estaba contenta, y mis amigos, y las risas y mejor me concentro en Modest Mouse.

*Hoy volví a ver a Martín, a lo lejos, a tres hileras y a tres semanas de distancia. Él con más flores, yo con más cigarros. Sin tanto frío, sin Belinda, todavía sin segundo piso ni cubas y esta vez sin accidente y con tinto. Le toqué el claxon, pero me tocó el siga. Ya será otro jueves, el clan espera...