sábado, abril 16, 2005

Ni uno más

Estoy fastidiada de pésames, de noches eternas en hospitales helados, de tener miedo de los teléfonos zafo-contestar y de este stress generalizado. ¿Sabes qué? Ya decidí que no me gustan los funerales, son tan feos que nadie va voluntariamente al suyo, así que de una vez te aviso que ni cuentes conmigo para el mío, eh... ¡No m@#’s qué tarada estás, wey! Primo y yo nos reímos mientras se nos acababan el café, los cigarros, las galletitas y las lágrimas. En serio, me pongo en huelga de que la vida tenga que ser sinónimo de muerte, a ver si ahora que vengo de negro me prestas un suéter rojo, sacamos la pancarta y hacemos el plantón aquí: ¡ni uno más, ni uno más! Ja, ja, ja, mejor te presto diez centavos, una pijama y mi cama para que te compres una vida y te vayas a dormir que te ves desmejoradita. ¡Ay qué malo! Es que el humor negro es lo único que salva la incomodidad y el no saber qué decir. Y al respecto en mi familia hasta el más chimuelo mastica tuercas; como mi tío abuelo respingando después de oír “todos vamos para allá” con el grito de sí, sí, pero nomás no anden empujando.
Cuando además se nos acabó la conversación y llegó la hora mística del Rosario que corrió a primo ateo si-no-voy-a-misa-menos-me-echo-estos-misterios-gozosos-ahí-te-ves, me puse a recordar al otro lado de mi familia y comprobé que allí también el humor negro es costumbre terapéutica. Madre de la divina gracia - Ruega por nosotros. Como cuando doña Emma se encontraba cuidando a sus hijos caribeños todavía bebés (sí, de allí heredé la afición al ron que me ha sido sarcástica y brutalmente arrebatada), en medio de uno de los peores huracanes de la historia de la región que los trajo a la Ciudad de México y su hijita mayor, que no era mayor de 9 años, le preguntó si se iban a morir, ante lo cual la señora se enojó y advirtió gritando: ¡Aquí nadie se muere! Yo, sin huracán ni Caribe, la secundo enérgicamente. Salud de los enfermos - Ruega por nosotros.
Refugio de los pecadores - Ruega por nosotros. Dicen que te vienen por rachitas. Va, lo acepto, pero ya, ¿no? Si hasta parece burla que en la funeraria hayan hecho descuento por clientes frecuentes así como en el hospital. Reina de todos los santos – Ruega por nosotros. ¿Otro café? Sí, pero ahora échale tantita crema y al carajo con la dieta artrítica que si no de lo que yo me voy a morir va a ser de gastritis. Llegó prima y ahora los tres hablamos de la señora por la que lloramos hoy, pero que nos venía doliendo desde hacía mucho: se supone que debería de doler menos porque ya lo esperábamos, ¿no? Escuché sin contestar, sólo por cansancio porque creo que no, el hecho de esperarlo sólo le quitó el factor sorpresa, dicen que la vida es aprender y una de las cosas que ya sé es que no hay manera de amortiguar el dolor, y menos cuando te metes en rollos de cuestión de escrúpulos que terminan dando cachetadas con guante blanco. Si vives una situación extrema te das cuenta de que tus convicciones más férreas son tan frágiles y tan propensas a cambiar, y más sabiendo que alguien tan querido está sufriendo y quién se atreve a juzgarme si deseaba que esto sucediera desde hace mucho, mucho tiempo. Aparte sé que era un deseo compartido por la mayoría porque hay ocasiones en las que la vida se hace incomprensible, como otras en las que lo incomprensible es la muerte. Ni modo, así es el negocio y shit happens, o como dice Doña Emma “Dios escribe recto en líneas torcidas”, ha de ser.
Yo era su sobrina consentida. Por mucho y por ser hija de su hermano adorado; porque gracias a ella valoré la ciudad y los teatros; porque me gustaba que me contara; porque, a diferencia de mis otros primos, yo no le tenía miedo y si había que pedirle algo me enviaban de emisaria, hasta cuando le tuvimos que confesar que nos habíamos tomado su agua de Tlacote; porque cuando los papis salían de viaje ella nos cuidaba; porque al cumplir catorce me regaló mi primer vicio (y él único que me sobrevive) en envase de Cacharel; porque era la mamá de mi hermana Magri a quien no sé ni cómo darle la fuerza que nos falta y ni con el abrazo bua-bua que nos echamos ayer en el aeropuerto ha sido suficiente para extrañarla menos; porque me enseñó cómo se debe rezar en las noches cuando tienes pesadillas y hasta me regaló la lamparita de la virgen; porque sabía que no me gusta el huevo con jitomate y me lo preparaba diferente; porque me consentía mucho y nunca me regañó; porque dicen que me parezco a su mamá -con la artritis se la recordaría más-; porque en noviembre cuando ya casi no hablaba y me despedí de ella, sólo repitió ‘qué bonito’ varias veces; porque al final cuando pasé las noches con ella en el hospital su carita lo dijo todo. A mí me hacía reír mucho cuando se quejaba de que lo único que decían los gringos era “y fuckin’-fuckin’ y fuckin’-fuckin’”... Entre sonrisas mal comenzadas y mal terminadas, ahora eso es lo único que yo puedo repetir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos! ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir.

Yo siempre estoy esperando que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?

Por eso me sobrecoge el entierro. Aseguran las tapas de la caja, la introducen, le ponen lajas encima, y luego tierra, tras, tras, tras, paletada tras paletada, terrones, polvo, piedras, apisonando, amacizando, ahí te quedas, de aquí ya no sales.

Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de su muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlo a un río?

Habría de tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir.

-Jaime Sabines- (again)

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