lunes, octubre 24, 2005

Huracán

Huracán es una palabra maya (serpiente de viento, creo). Yo nunca lo he vivido, pero mi existencia depende en gran medida de uno. La mami no les teme a las arrugas, a la celulitis o a las mariposas horrendas que últimamente han tenido a bien usar mi casa de escondite, no, la mami a lo que de verdad le tiene miedo es a esa palabra maya o a cualquiera de sus sinónimos. Tenía cinco años cuando su “nana” la subió a la repisa de la cocina mientras veían cómo el agua iba aumentando de nivel y su mamá controlaba cantos, rezos, gritos, a sus otros 3 hijos y a las tantas personas que usaron su casa como refugio. De tantas veces que he oído la historia, hasta a mí me da miedo recordar algo que sucedió 25 años antes de que yo naciera; la casa donde vivían fue de las pocas que sobrevivió prácticamente intacta en la capital de un territorio que todavía no había adquirido el “privilegio” de convertirse en el último estado de la República. Sí, de tanto y de tantos que he escuchado ésa y otras anécdotas, podría describir perfectamente a qué se refieren cuando hablan del ojo del huracán: ese momento en el que, después de mucho ruido, agua, viento y caos, todo queda en un silencio ejercido al vacío por la presión, un silencio que da tiempo para que baje la adrenalina y quite el aturdimiento que da paso a la reflexión y a la imaginación, y con ella comienza el terror por el planteamiento del peligro, ésa es la peor parte, la espera de lo que puede suceder al saber que el “coletazo” es como la cruda de una mala fiesta. En aquella ocasión el desastre fue tan terrible que abuelita y chamacos dijeron ahí se ven y emigraron a la Ciudad de México, pero toda la familia no asturiana de mi madre se quedó allá y lograron lo que parecía imposible, poblar la región y que mi segundo apellido se extendiera tanto que no dudaría que en la oficina del Registro Civil ya existiera un sello con él.
Conocí Chetumal en el ‘91, habían pasado tres años desde el huracán Gilberto y aún se respiraban los efectos de la destrucción; primahermana y yo nos quedamos en casa de primasegunda (Kikey) y tres cosas se me quedaron grabadísimas por lo exótico: el tapete de tigre disecado, comer venado y huevos de tortuga, y el relato de Kikey vs Gilberto a sus once añitos. Wilma devastó la región y a mí me da por preguntarme entre mis pesares al ver el sufrimiento ajeno. ¿Cuántas vidas cambiará este huracán? ¿Cuánta gente tendrá que desplazarse o se desquiciará al ver sus propiedades, las inversiones de toda la vida destruidas en unas cuantas horas? En 1954 la llegada de un ciclón era más terrible por la sorpresa: no había ni satélites ni políticas de prevención, es más, no había ni Cancún ni estado de Quintana Roo, pero no puedo siquiera imaginarme la desolación actual que sienten los habitantes de esa zona ante las imágenes de pesadilla que les quedan y el recuerdo de esas horas eternas de ojo de huracán. Dicen que es el más grande del que se tiene registro, dicen que llegó con la fuerza de más de dos Gilbertos, dicen que van a tardar cuatro meses en reconstruir Cancún. Y mientras unos se alejaron de la región, otra parte de mi familia, la paterna, decidió que su destino era el Caribe y por eso Alex está allá; acaba de hablar para decir lo que sale en las noticias: a ellos no les pasó nada, pero por la ciudad pasó una guerra. Y es que no cabe duda lo frágiles que somos y la manera tan peculiar que tiene la naturaleza para darnos lecciones que nunca terminan por quedarnos claras...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hace tiempo escuche las palabras "unan sus palmas para recibir al huracan del Caribe" los aplausos resonaron apoteosicamente en el lugar... el evento sin lugar a dudas fue feliz. Ahora esas palabras, en un contexto diferente no reciben palmas sino lagrimas. Esperemos que con el tiempo, y en su debido contexto, los chiapanecos y quintanarooenses puedan escuchar esas palabras y aplaudir!!!
animo a tu familia en Chetumal!!!!